T R A S L A T E - Traducir esta Pagina

ABRIL 27

Luc.23:34 Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.


Padre, Perdónalos..."

 Nuestro  Señor  estaba  soportando  en  aquel  momento  los  primeros  dolores  de  la  crucifixión;  los  verdugos  acababan  de  meter  entonces  los  clavos  en  Sus  manos  y  pies.  Además,  Él  debe  de  haber  estado  grandemente  deprimido  y  reducido  a  una  condición  de  extrema  debilidad por la agonía de la noche en Getsemaní, y por los azotes y las  crueles  burlas  que  había  soportado  de  Caifás,  de  Pilato,  de  Herodes  y  de  los  guardias  pretorianos  a  lo  largo  de  toda  aquella  mañana.  Sin  embargo,  ni  la  debilidad  del  pasado  ni  el  dolor  del  presente  impidieron  que  continuara  en  oración. 
 El  Cordero  de  Dios  guardaba  silencio para con  los  hombres  mas  no  para con  Dios.  Enmudeció  como oveja delante de Sus trasquiladores, y no tenía ni una palabra que  decir  en  defensa  propia  ante  hombre  alguno,  pero  continúa  clamando  a  Su  Padre  en  Su  corazón,  y  ni  el  dolor  ni  la  debilidad  pueden acallar Sus santas suplicaciones.
 Amados,  ¡qué  gran  ejemplo  nos  presenta  nuestro  Señor  en  este  punto! Hemos de continuar en oración en tanto que nuestro corazón palpite;  ningún  exceso  de  sufrimiento  debe  apartarnos  del  trono  de  la gracia, sino que más bien debe acercarnos a él.  “Los cristianos han de orar en tanto vivan, Pues sólo cuando oran, viven”. Dejar  de  orar  es  renunciar  a  las  consolaciones  que  nuestros  casos  requieren.  En  todas  las  perturbaciones  del  espíritu  y  opresiones  del  corazón,  Oh! grandioso Dios, ayúdanos a seguir orando, y que nuestras pisadas no se alejen nunca del propiciatorio, llevadas por la desesperación.
 Nuestro bendito Redentor perseveró en oración aun cuando el hierro cruel  desgarraba  Sus  nervios  sensibles  y  los  repetidos  golpes  del  martillo   hacían   trepidar   todo   Su   cuerpo   con  angustias;   y   esta   perseverancia  se  explica  por  el  hecho  de  que  tenía  un  hábito  tan  arraigado de orar que no podía dejar de hacerlo; Él había adquirido una  poderosa  velocidad  de  intercesión  que  le  impedía  detenerse.  Esas largas noches en la frías laderas  del  monte,  los  muchos  días  que  había pasado en soledad, esas perpetuas suplicas que solía elevar al  cielo,  todas  esas  cosas  habían  desarrollado  en  Él  un  hábito  tan  arraigado que ni siquiera los más severos tormentos podían detener su fuerza. 
 Sin   embargo,   era   algo   más   que   un   hábito.   Nuestro   Señor   fue   bautizado  en  el  espíritu  de  oración;  vivía  en  ese  espíritu  y  ese  espíritu   vivía   en   Él;   había   llegado   a   ser   un   elemento   de   Su   naturaleza.  Ahora Él  era como  esa  preciosa  especia  que  al  ser  machacada  no cesa de exhalar su perfume y que más bien lo produce con mucha mayor abundancia debido a los golpes del mazo, ya que su fragancia no  es  una  cualidad  externa  y  superficial  sino  una  virtud  interior y esencial  a  su  naturaleza,  que  es  extraída  por  los  machaques  sobre  el  mortero que hacen que revele su alma secreta de aroma y dulzura. Así, como  produce  su  aroma  un  manojo  de  mirra o  como  cantan  los  pájaros encerrados porque no pueden hacer otra cosa, así también ora Jesús.
 La oración cubría Su propia alma como si fuera un manto, y Su corazón salía  vestido  de  esa  manera.  repetimos  que  este  debe  ser  nuestro  ejemplo   y   no   debemos   cesar   de   orar   nunca,  bajo   ninguna   circunstancia, por grande que sea la severidad de la tribulación o por deprimente que sea la dificultad. Además,  observemos  en  la  oración  que  estamos  considerando,  que  nuestro  Señor  permanece  en  el  vigor  de  la  fe  en  cuanto  a  Su  condición  de  Hijo.  La  extrema  prueba  a  la  que  se le sometía  ahora  no  podía impedir que se aferrara firmemente a Su condición de Hijo.
 Su oración    comienza    así:    “Padre”.    No    fue    algo    desprovisto    de    significado   que   nos   enseñara   a   decir   cuando   oramos:   “Padre   nuestro”,  pues  nuestro  predominio  en  la  oración  dependerá  en  mucho  de  nuestra  confianza  en  nuestra  relación  con  Dios.  Bajo  el  peso  de  grandes  pérdidas  y  cruces,  uno  es  propenso  a  pensar  que  Dios no está tratando con nosotros como un padre con su hijo, sino más  bien  como  un  juez  severo  con  un  criminal  condenado;  pero  el  clamor  de  Cristo,  cuando  es  conducido  al  extremo  que  nosotros  nunca experimentaremos, no delata ninguna vacilación en el espíritu de Su condición de hijo.
 Cuando  el  sudor  sangriento  caía  raudamente  sobre  el  suelo  en  Getsemaní,   Su   clamor   más   amargo   comenzó   así:   “Padre   mío”,   pidiendo   que   si   fuera   posible,   la copa de hiel pasara de Él; argumentaba  con  el  Padre  como  Su  Padre,  tal  como  le  llamó  una  y  otra  vez  en  aquella  oscura  y  doliente noche. Aquí dice otra vez, en ésta, la primera de las siete palabras pronunciadas cuando expiraba: “Padre”.  ¡Oh,  que  el  Espíritu  que  nos  hace  clamar:  “Abba,  Padre”,  no  deje  nunca   Sus   operaciones!   Que   nunca   seamos   conducidos   a   la   servidumbre espiritual por la sugerencia de un: “si eres Hijo de Dios”; o si el  tentador  nos  asedia,  que  podamos  triunfar  como  lo  hizo  Jesús  en  el  páramo  hambriento.  Que  el  Espíritu  que  clama:  “¡Abba,  Padre!”,  repela  cada  miedo  incrédulo.  Cuando  somos  disciplinados,  como  hemos  de  serlo  (porque  ¿qué  hijo  es  aquel  a  quien  el  padre  no  disciplina?), que podamos estar en una amorosa sujeción al Padre de nuestros espíritus, y vivir, pero que nunca nos volvamos cautivos del espíritu  de  servidumbre  como  para  dudar  del  amor  de  nuestro  clemente Padre, o de nuestra porción en Su adopción. 
 Más notable, empero, es el hecho de que la oración de nuestro Señor a Su Padre no pedía algo para Sí mismo. Es cierto que en la cruz continuó orando por Sí mismo, y que Su palabra de lamento: “Dios mío,   Dios   mío,   ¿por   qué   me   has   desamparado?”,   muestra   la   personalidad  de  Su  oración;  pero  la  primera  de  las  siete  grandiosas  palabras pronunciadas desde la cruz no tiene ni siquiera una escasa referencia   indirecta   a   Sí   mismo.   Dice:   “Padre,   perdónalos”.   La  petición  es  enteramente  para  otros,  y  aunque  hay  una  alusión  a  las  crueldades   que   estaban  aplicándole   es,   sin   embargo,   remota;   y   ustedes  observarán  que  no  dice:  “Yo  los  perdono”  – creo que eso es porque lo da  por  sentado -;  pareciera  perder  de  vista  el  hecho  de  que  le  estaban  haciendo  daño El;  en  Su  mente  está presente el  mal  que  le  estaban  haciendo  al  Padre,  el  insulto  que  estaban  lanzando  al  Padre  en  la  persona  del  Hijo; El no piensa en Sí mismo para nada. El clamor: “Padre, perdónales”,  es  completamente  desinteresado. 
 Él  propio y mismo es,  en  la  oración,  como  si  no  fuera;  tan  completa  es  su  autoaniquilación  que  pierde de vista Su persona y Sus aflicciones.  Hermanos míos, si hubiera habido un tiempo en la vida del Hijo del hombre  cuando  pudo  haber  confinado  rígidamente  Su  oración  para  Sí  mismo,  sin  merecer  ninguna  crítica  por  hacerlo,  seguramente  habría sido cuando estaban comenzando Sus angustias de muerte. Si un  hombre  fuera  sujetado  en  la  hoguera  o  clavado  en  una  cruz,  no podría  asombrarnos  si  su  primera  oración,  e  incluso  su  última,  y  todas  sus  oraciones  fueran  peticiones  personales  de  apoyo  bajo  una  tribulación tan ardua como un "Padre ayúdame", "Padre no me dejes" y otras semejantes.  Pero  vean,  el  Señor  Jesús  comenzó  Su  oración  pidiendo  por  otros.  ¿Alcanzaremos a ver  qué  grandioso  corazón  es  revelado  aquí?  ¡Qué  alma  de  compasión  había  en  el  Crucificado!  ¡Cuán  semejante  a  Dios,  cuán  divino!  ¿Hubo  alguien  jamás  antes  que  Él,  que,  aun  en  los  propios  dolores   de   muerte,   ofreciera   como   su   primera   oración  una   intercesión  por  otros?  Ese  mismo  espíritu de abnegación debe estar en nosotros también, hermanos míos. Que nadie mire por sus propias cosas,  antes  bien,  todo  hombre  debe  mirar  por  las  cosas  de  los  demás.  Amemos  a  nuestros  semejantes  como  a nosotros mismos,  y  como  Cristo  ha  puesto  ante  nosotros  este  excelente  modelo  de  abnegación,  procuremos seguirlo pisando sobre Sus pasos. 
 Sin  embargo,  hay  todavía una  joya  suprema  en  esta  diadema  de  glorioso  amor.  El  Sol  de  Justicia  se  oculta  en  el  Calvario  en  un  portentoso  esplendor;  pero  en  medio  de  los  brillantes  colores  que  glorifican  Su  partida, hay uno en particular: la oración no era sólo por otros, sino que  pedía  por  Sus  más  crueles  enemigos.  Sus  enemigos,  dije,  pero  hay  que  considerar  algo  más.  No  era  una  oración  por  enemigos  que  le habían hecho un mal años antes y se había tomado un tiempo para perdonarlos, sino que era una oración por quienes estaban allí  asesinándole  en  ese mismo momento.  No fue a  sangre  fría que oró  el  Salvador,  después  de  haber  olvidado  el  daño  y  de  poder  perdonarlo  más  fácilmente,  sino  que  oraba  mientras  las  primeras  gotas  rojas  de  sangre  manchaban  las  manos  que  metían  los  clavos,  cuando  el  martillo  estaba  todavía  salpicado  sangre carmesí,  Su  boca    bendita    pronunciaba    la    fresca    oración la cálida oración la agradable oración: “Padre,   perdónalos, porque no saben lo que hacen”. 
 Digo que esa oración no estaba limitada a Sus verdugos inmediatos. Yo  creo  que  era  una  oración  de  gran  alcance  que  incluía  a  los  escribas  y  a  los  fariseos,  a  Pilato  y  a  Herodes,  a  los  judíos  y  a  los  gentiles, sí, a toda la raza humana en un cierto sentido, pues todos estábamos  involucrados   en   ese   asesinato;   pero   ciertamente para  las   personas  inmediatas,  sobre  quienes  fue  pronunciada  esa  oración  que como  precioso  perfume  de  nardo,  estallaron  aquellas palabras  que  estaban  allí  en  aquel  momento  cometiendo  el  acto  brutal  de  clavarlo  en  el  madero  maldito. 
 ¡Cuán sublime es esta oración cuando es considerada bajo esta luz! Es única y está sobre un monte de gloria solitaria. Ninguna otra oración como  esta  había  sido  musitada  antes.  Es  cierto  que  Abraham,  y Moisés  y  los  profetas  habían  orado  por  los  malvados;  pero  no  por  hombres perversos que habían perforado sus manos y pies. Es cierto que  los  cristianos  han  ofrecido  esa  misma  oración  desde  aquel  día,  tal como Esteban clamó: “No les tomes en cuenta este pecado”; y las últimas   palabras  de   muchos   mártires   en   la   hoguera   han   sido   palabras de piadosa intercesión por sus perseguidores; pero nosotros sabemos  dónde  aprendieron  esto. 
 Pero  déjenme  preguntarles:  ¿dónde  lo aprendió Él? ¿No fue Jesús el original divino? Él no lo aprendió en ninguna parte; brotó de Su propia naturaleza semejante a Dios. Una compasión  peculiar  que mana desde  Sí  mismo  dictó  la  originalidad  de  esta  oración;  la  íntima  realeza  de  Su  amor  le  sugirió  una  intercesión  tan  memorable que puede servirnos de modelo, pero de la cual no existía ningún   modelo   anteriormente. 
 Pienso   que   sería   mejor   que   me   arrodillara en este momento delante de mi Señor en vez de estar   sentado y escribiendo esto.   Quiero   adorarle, quiero venerarlo en mi corazón por esa oración; aunque no conociera  nada  más  excepto  esta  oración,  debo  adorarle,  pues  esa  súplica  sin  par  pidiendo  misericordia  me  convence  de  la  deidad  de  quien  la  ofreció,  de  manera  sumamente  contundente,  y  llena  mi  corazón de reverente afecto.
Seleccionado y adaptado del Sermon 897 de CH Spurgeon 1869 Traducido por Allan Norman





PLAN DE LECTURA BÍBLICA ANUAL


Capítulo 7 

2°Rey.7:1 Dijo entonces Eliseo: Oíd palabra de Jehová: Así dijo Jehová: Mañana a estas horas valdrá el seah  de flor de harina un siclo, y dos seahs de cebada un siclo, a la puerta de Samaria.  
2°Rey.7:2 Y un príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, respondió al varón de Dios, y dijo: Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello.  
2°Rey.7:3 Había a la entrada de la puerta cuatro hombres leprosos, los cuales dijeron el uno al otro: ¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos?  
2°Rey.7:4 Si tratáremos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en la ciudad moriremos en ella; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Vamos, pues, ahora, y pasemos al campamento de los sirios; si ellos nos dieren la vida, viviremos; y si nos dieren la muerte, moriremos.  
2°Rey.7:5 Se levantaron, pues, al anochecer, para ir al campamento de los sirios; y llegando a la entrada del campamento de los sirios, no había allí nadie.  
2°Rey.7:6 Porque Jehová había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros, ruido de caballos, y estrépito de gran ejército; y se dijeron unos a otros: He aquí, el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios, para que vengan contra nosotros.  
2°Rey.7:7 Y así se levantaron y huyeron al anochecer, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus asnos, y el campamento como estaba; y habían huido para salvar sus vidas.  
2°Rey.7:8 Cuando los leprosos llegaron a la entrada del campamento, entraron en una tienda y comieron y bebieron, y tomaron de allí plata y oro y vestidos, y fueron y lo escondieron; y vueltos, entraron en otra tienda, y de allí también tomaron, y fueron y lo escondieron.  
2°Rey.7:9 Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey.  
2°Rey.7:10 Vinieron, pues, y gritaron a los guardas de la puerta de la ciudad, y les declararon, diciendo: Nosotros fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había allí nadie, ni voz de hombre, sino caballos atados, asnos también atados, y el campamento intacto.  
2°Rey.7:11 Los porteros gritaron, y lo anunciaron dentro, en el palacio del rey.  
2°Rey.7:12 Y se levantó el rey de noche, y dijo a sus siervos: Yo os declararé lo que nos han hecho los sirios. Ellos saben que tenemos hambre, y han salido de las tiendas y se han escondido en el campo, diciendo: Cuando hayan salido de la ciudad, los tomaremos vivos, y entraremos en la ciudad.  
2°Rey.7:13 Entonces respondió uno de sus siervos y dijo: Tomen ahora cinco de los caballos que han quedado en la ciudad (porque los que quedan acá también perecerán como toda la multitud de Israel que ya ha perecido), y enviemos y veamos qué hay.  
2°Rey.7:14 Tomaron, pues, dos caballos de un carro, y envió el rey al campamento de los sirios, diciendo: Id y ved.  
2°Rey.7:15 Y ellos fueron, y los siguieron hasta el Jordán; y he aquí que todo el camino estaba lleno de vestidos y enseres que los sirios habían arrojado por la premura. Y volvieron los mensajeros y lo hicieron saber al rey.  
2°Rey.7:16 Entonces el pueblo salió, y saqueó el campamento de los sirios. Y fue vendido un seah  de flor de harina por un siclo, y dos seahs de cebada por un siclo, conforme a la palabra de Jehová.  
2°Rey.7:17 Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada, y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el rey descendió a él.  
2°Rey.7:18 Aconteció, pues, de la manera que el varón de Dios había hablado al rey, diciendo: Dos seahs  de cebada por un siclo, y el seah de flor de harina será vendido por un siclo mañana a estas horas, a la puerta de Samaria.  
2°Rey.7:19 A lo cual aquel príncipe había respondido al varón de Dios, diciendo: Si Jehová hiciese ventanas en el cielo, ¿pudiera suceder esto? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello. 
2°Rey.7:20 Y le sucedió así; porque el pueblo le atropelló a la entrada, y murió.  


Capítulo 8 

Los bienes de la sunamita devueltos  

2°Rey.8:1 Habló Eliseo a aquella mujer a cuyo hijo él había hecho vivir, diciendo: Levántate, vete tú y toda tu casa a vivir donde puedas; porque Jehová ha llamado el hambre, la cual vendrá sobre la tierra por siete años.  
2°Rey.8:2 Entonces la mujer se levantó, e hizo como el varón de Dios le dijo; y se fue ella con su familia, y vivió en tierra de los filisteos siete años.  
2°Rey.8:3 Y cuando habían pasado los siete años, la mujer volvió de la tierra de los filisteos; después salió para implorar al rey por su casa y por sus tierras.  
2°Rey.8:4 Y había el rey hablado con Giezi, criado del varón de Dios, diciéndole: Te ruego que me cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo.  
2°Rey.8:5 Y mientras él estaba contando al rey cómo había hecho vivir a un muerto, he aquí que la mujer, a cuyo hijo él había hecho vivir, vino para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Entonces dijo Giezi: Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir.  
2°Rey.8:6 Y preguntando el rey a la mujer, ella se lo contó. Entonces el rey ordenó a un oficial, al cual dijo: Hazle devolver todas las cosas que eran suyas, y todos los frutos de sus tierras desde el día que dejó el país hasta ahora.  


Hazael reina en Siria  

2°Rey.8:7 Eliseo se fue luego a Damasco; y Ben-adad rey de Siria estaba enfermo, al cual dieron aviso, diciendo: El varón de Dios ha venido aquí.  
2°Rey.8:8 Y el rey dijo a Hazael: Toma en tu mano un presente, y ve a recibir al varón de Dios, y consulta por él a Jehová, diciendo: ¿Sanaré de esta enfermedad?  
2°Rey.8:9 Tomó, pues, Hazael en su mano un presente de entre los bienes de Damasco, cuarenta camellos cargados, y fue a su encuentro, y llegando se puso delante de él, y dijo: Tu hijo Ben-adad rey de Siria me ha enviado a ti, diciendo: ¿Sanaré de esta enfermedad?  
2°Rey.8:10 Y Eliseo le dijo: Ve, dile: Seguramente sanarás. Sin embargo, Jehová me ha mostrado que él morirá ciertamente.  
2°Rey.8:11 Y el varón de Dios le miró fijamente, y estuvo así hasta hacerlo ruborizarse; luego lloró el varón de Dios.  
2°Rey.8:12 Entonces le dijo Hazael: ¿Por qué llora mi señor? Y él respondió: Porque sé el mal que harás a los hijos de Israel; a sus fortalezas pegarás fuego, a sus jóvenes matarás a espada, y estrellarás a sus niños, y abrirás el vientre a sus mujeres que estén encintas.  
2°Rey.8:13 Y Hazael dijo: Pues, ¿qué es tu siervo, este perro, para que haga tan grandes cosas? Y respondió Eliseo: Jehová me ha mostrado que tú serás rey de Siria. 
2°Rey.8:14 Y Hazael se fue, y vino a su señor, el cual le dijo: ¿Qué te ha dicho Eliseo? Y él respondió: Me dijo que seguramente sanarás.  
2°Rey.8:15 El día siguiente, tomó un paño y lo metió en agua, y lo puso sobre el rostro de Ben-adad, y murió; y reinó Hazael en su lugar.  


Reinado de Joram de Judá    (2 Cr. 21.1-20) 

2°Rey.8:16 En el quinto año de Joram hijo de Acab, rey de Israel, y siendo Josafat rey de Judá, comenzó a reinar Joram hijo de Josafat, rey de Judá.  
2°Rey.8:17 De treinta y dos años era cuando comenzó a reinar, y ocho años reinó en Jerusalén.  
2°Rey.8:18 Y anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab, porque una hija de Acab fue su mujer; e hizo lo malo ante los ojos de Jehová.  
2°Rey.8:19 Con todo eso, Jehová no quiso destruir a Judá, por amor a David su siervo, porque había prometido darle lámpara a él y a sus hijos perpetuamente. 
2°Rey.8:20 En el tiempo de él se rebeló Edom contra el dominio de Judá, y pusieron rey sobre ellos.  
2°Rey.8:21 Joram, por tanto, pasó a Zair, y todos sus carros con él; y levantándose de noche atacó a los de Edom, los cuales le habían sitiado, y a los capitanes de los carros; y el pueblo huyó a sus tiendas.  
2°Rey.8:22 No obstante, Edom se libertó del dominio de Judá, hasta hoy. También se rebeló Libna en el mismo tiempo.  
2°Rey.8:23 Los demás hechos de Joram, y todo lo que hizo, ¿no están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Judá?  
2°Rey.8:24 Y durmió Joram con sus padres, y fue sepultado con ellos en la ciudad de David; y reinó en lugar suyo Ocozías, su hijo.  


Reinado de Ocozías de Judá    (2 Cr. 22.1-6) 

2°Rey.8:25 En el año doce de Joram hijo de Acab, rey de Israel, comenzó a reinar Ocozías hijo de Joram, rey de Judá. 
2°Rey.8:26 De veintidós años era Ocozías cuando comenzó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. El nombre de su madre fue Atalía, hija de Omri rey de Israel.  
2°Rey.8:27 Anduvo en el camino de la casa de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová, como la casa de Acab; porque era yerno de la casa de Acab.  
2°Rey.8:28 Y fue a la guerra con Joram hijo de Acab a Ramot de Galaad, contra Hazael rey de Siria; y los sirios hirieron a Joram.  
2°Rey.8:29 Y el rey Joram se volvió a Jezreel para curarse de las heridas que los sirios le hicieron frente a Ramot, cuando peleó contra Hazael rey de Siria. Y descendió Ocozías hijo de Joram rey de Judá, a visitar a Joram hijo de Acab en Jezreel, porque estaba enfermo.  


Capítulo 9 

Jehú es ungido rey de Israel  

2°Rey.9:1 Entonces el profeta Eliseo llamó a uno de los hijos de los profetas, y le dijo: Ciñe tus lomos, y toma esta redoma de aceite en tu mano, y ve a Ramot de Galaad.  
2°Rey.9:2 Cuando llegues allá, verás allí a Jehú hijo de Josafat hijo de Nimsi; y entrando, haz que se levante de entre sus hermanos, y llévalo a la cámara.  
2°Rey.9:3 Toma luego la redoma de aceite, y derrámala sobre su cabeza y di: Así dijo Jehová: Yo te he ungido por rey sobre Israel. Y abriendo la puerta, echa a huir, y no esperes.  
2°Rey.9:4 Fue, pues, el joven, el profeta, a Ramot de Galaad.  
2°Rey.9:5 Cuando él entró, he aquí los príncipes del ejército que estaban sentados. Y él dijo: Príncipe, una palabra tengo que decirte. Jehú dijo: ¿A cuál de todos nosotros? Y él dijo: A ti, príncipe.  
2°Rey.9:6 Y él se levantó, y entró en casa; y el otro derramó el aceite sobre su cabeza, y le dijo: Así dijo Jehová Dios de Israel: Yo te he ungido por rey sobre Israel, pueblo de Jehová. 
2°Rey.9:7 Herirás la casa de Acab tu señor, para que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de Jezabel.  
2°Rey.9:8 Y perecerá toda la casa de Acab, y destruiré de Acab todo varón, así al siervo como al libre en Israel.  
2°Rey.9:9 Y yo pondré la casa de Acab como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías.  
2°Rey.9:10 Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Jezreel, y no habrá quien la sepulte. En seguida abrió la puerta, y echó a huir.  
2°Rey.9:11 Después salió Jehú a los siervos de su señor, y le dijeron: ¿Hay paz? ¿Para qué vino a ti aquel loco? Y él les dijo: Vosotros conocéis al hombre y sus palabras.  
2°Rey.9:12 Ellos dijeron: Mentira; decláranoslo ahora. Y él dijo: Así y así me habló, diciendo: Así ha dicho Jehová: Yo te he ungido por rey sobre Israel.  
2°Rey.9:13 Entonces cada uno tomó apresuradamente su manto, y lo puso debajo de Jehú en un trono alto, y tocaron corneta, y dijeron: Jehú es rey.  


Jehú mata a Joram  

2°Rey.9:14 Así conspiró Jehú hijo de Josafat, hijo de Nimsi, contra Joram. (Estaba entonces Joram guardando a Ramot de Galaad con todo Israel, por causa de Hazael rey de Siria;  
2°Rey.9:15 pero se había vuelto el rey Joram a Jezreel, para curarse de las heridas que los sirios le habían hecho, peleando contra Hazael rey de Siria.) Y Jehú dijo: Si es vuestra voluntad, ninguno escape de la ciudad, para ir a dar las nuevas en Jezreel.  
2°Rey.9:16 Entonces Jehú cabalgó y fue a Jezreel, porque Joram estaba allí enfermo. También estaba Ocozías rey de Judá, que había descendido a visitar a Joram.  
2°Rey.9:17 Y el atalaya que estaba en la torre de Jezreel vio la tropa de Jehú que venía, y dijo: Veo una tropa. Y Joram dijo: Ordena a un jinete que vaya a reconocerlos, y les diga: ¿Hay paz?  
2°Rey.9:18 Fue, pues, el jinete a reconocerlos, y dijo: El rey dice así: ¿Hay paz? Y Jehú le dijo: ¿Qué tienes tú que ver con la paz? Vuélvete conmigo. El atalaya dio luego aviso, diciendo: El mensajero llegó hasta ellos, y no vuelve.  
2°Rey.9:19 Entonces envió otro jinete, el cual llegando a ellos, dijo: El rey dice así: ¿Hay paz? Y Jehú respondió: ¿Qué tienes tú que ver con la paz? Vuélvete conmigo.  
2°Rey.9:20 El atalaya volvió a decir: También éste llegó a ellos y no vuelve; y el marchar del que viene es como el marchar de Jehú hijo de Nimsi, porque viene impetuosamente.  
2°Rey.9:21 Entonces Joram dijo: Unce el carro. Y cuando estaba uncido su carro, salieron Joram rey de Israel y Ocozías rey de Judá, cada uno en su carro, y salieron a encontrar a Jehú, al cual hallaron en la heredad de Nabot de Jezreel.  
2°Rey.9:22 Cuando vio Joram a Jehú, dijo: ¿Hay paz, Jehú? Y él respondió: ¿Qué paz, con las fornicaciones de Jezabel tu madre, y sus muchas hechicerías?  
2°Rey.9:23 Entonces Joram volvió las riendas y huyó, y dijo a Ocozías: ¡Traición, Ocozías!  
2°Rey.9:24 Pero Jehú entesó su arco, e hirió a Joram entre las espaldas; y la saeta salió por su corazón, y él cayó en su carro.  
2°Rey.9:25 Dijo luego Jehú a Bidcar su capitán: Tómalo, y échalo a un extremo de la heredad de Nabot de Jezreel. Acuérdate que cuando tú y yo íbamos juntos con la gente de Acab su padre, Jehová pronunció esta sentencia sobre él, diciendo:  
2°Rey.9:26 Que yo he visto ayer la sangre de Nabot, y la sangre de sus hijos, dijo Jehová; y te daré la paga en esta heredad, dijo Jehová. Tómalo pues, ahora, y échalo en la heredad de Nabot, conforme a la palabra de Jehová.  


Jehú mata a Ocozías    (2 Cr. 22.7-9) 

2°Rey.9:27 Viendo esto Ocozías rey de Judá, huyó por el camino de la casa del huerto. Y lo siguió Jehú, diciendo: Herid también a éste en el carro. Y le hirieron a la subida de Gur, junto a Ibleam. Y Ocozías huyó a Meguido, pero murió allí.  
2°Rey.9:28 Y sus siervos le llevaron en un carro a Jerusalén, y allá le sepultaron con sus padres, en su sepulcro en la ciudad de David.  
2°Rey.9:29 En el undécimo año de Joram hijo de Acab, comenzó a reinar Ocozías sobre Judá.  


Muerte de Jezabel  

2°Rey.9:30 Vino después Jehú a Jezreel; y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza, y se asomó a una ventana.  
2°Rey.9:31 Y cuando entraba Jehú por la puerta, ella dijo: ¿Sucedió bien a Zimri, que mató a su señor?  
2°Rey.9:32 Alzando él entonces su rostro hacia la ventana, dijo: ¿Quién está conmigo? ¿quién? Y se inclinaron hacia él dos o tres eunucos.  
2°Rey.9:33 Y él les dijo: Echadla abajo. Y ellos la echaron; y parte de su sangre salpicó en la pared, y en los caballos; y él la atropelló.  
2°Rey.9:34 Entró luego, y después que comió y bebió, dijo: Id ahora a ver a aquella maldita, y sepultadla, pues es hija de rey.  
2°Rey.9:35 Pero cuando fueron para sepultarla, no hallaron de ella más que la calavera, y los pies, y las palmas de las manos.  
2°Rey.9:36 Y volvieron, y se lo dijeron. Y él dijo: Esta es la palabra de Dios, la cual él habló por medio de su siervo Elías tisbita, diciendo: En la heredad de Jezreel comerán los perros las carnes de Jezabel, 
2°Rey.9:37 y el cuerpo de Jezabel será como estiércol sobre la faz de la tierra en la heredad de Jezreel, de manera que nadie pueda decir: Esta es Jezabel. 

No hay comentarios: