Prov.13:14 La ley del sabio es manantial de vida
Para apartarse de los lazos de la muerte.
Los lazos de la muerte
Hay una Ley que es manantial de Vida, y esa ley pertenece al sabio entre los sabios que dijo "Yo soy la resurrección y la vida"(Jn.11:25). "El que cree en mi como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva"(Jn.7:37) , pero hemos de cuidarnos y apartarnos de un enemigo que tiende lazos a nuestra vida y ese es LA MUERTE es UN ENEMIGO que nació como tal, al igual que Amán, el agagueo, era un enemigo de Israel por su linaje. La muerte es un hijo de nuestro peor enemigo pues “el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sant.1:15). “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Rom.5:12). Ahora bien, lo que es claramente un fruto de la transgresión no puede ser otra cosa que un enemigo del hombre. La muerte se introdujo en el mundo en aquel día sombrío que fue testigo de nuestra caída, y aquel que tenía su poder es nuestro archienemigo y engañador, el demonio; por ambos hechos debemos considerarlo como el manifiesto enemigo del hombre.
La muerte es un intruso en este mundo pues no entraba en el diseño original de la creación antes de la caída, pero su intrusión desfigura y lo arruina todo. No es parte del redil del Grandioso Pastor, antes bien, es un lobo que viene para matar y destruir.
La geología nos hace saber que hubo muerte en las diversas formas de vida desde las primeras edades de la historia del globo, incluso cuando el mundo no estaba arreglado todavía como morada del hombre. Puedo creer esto y no obstante considerar a la muerte como el resultado del pecado. Si se pudiese demostrar que hay una unidad orgánica entre el hombre y los animales inferiores que no habrían muerto si Adán no hubiese pecado, entonces veo en esas muertes antes de Adán las consecuencias antecedentes de un pecado que entonces no había sido cometido. Si por los méritos de Jesús hubo salvación antes que hubiese ofrecido Su sacrificio expiatorio, no encuentro difícil concebir que los anticipados deméritos del pecado pudieran haber arrojado la sombra de la muerte sobre las largas edades que precedieron a la transgresión del hombre. Poco sabemos de eso y no es importante que lo sepamos, pero es seguro que en lo que respecta a la presente creación, la muerte no es un huésped convidado por Dios, sino un intruso cuya presencia arruina la fiesta.
El hombre, en su locura, le dio la bienvenida a Satanás y al pecado cuando se abrieron paso a la fuerza en el gran festival del Paraíso, pero nunca le dio la bienvenida a la muerte: aun los ojos ciegos del hombre podían ver en esa figura esquelética un cruel enemigo. Como el león para los rebaños de las llanuras, como la guadaña para las flores del campo, como el viento para las hojas secas del bosque, así es la muerte para los hijos de los hombres. Le temen de manera instintiva porque su conciencia les dice que es el producto de su pecado.
La muerte es llamada apropiadamente un enemigo pues realiza la obra de un enemigo en contra nuestra. ¿Con qué propósito viene un enemigo sino es para arrancar, y derribar y destruir? La muerte destroza esa hermosa obra de las manos de Dios que es la estructura del cuerpo humano, tan maravillosamente realizada por los dedos de la destreza divina. Arrojando este rico recamado en la tumba en medio de los ejércitos de gusanos, la muerte distribuye a su fiera soldadesca “las vestiduras de colores para cada uno, las vestiduras bordadas de colores”, que destroza despiadadamente los despojos. Este edificio de nuestra humanidad es una casa hermosa a los ojos, pero la muerte, el destructor, oscurece las ventanas, hace estremecer sus pilares, cierra las puertas de la calle y hace disminuir el ruido del molino. Entonces todas las hijas del canto son abatidas y los hombres fuertes se doblegan.
Este enemigo es un vándalo no perdona ninguna obra de la vida, por llena de sabiduría o de belleza que esté, pues quiebra la cadena de plata y rompe el cuenco de oro. He aquí, el cántaro se quiebra junto a la fuente, y la rueda se rompe sobre el pozo. La muerte es un fiero invasor de los ámbitos de la vida y adonde llega derriba todo árbol bueno, tapa todos los pozos de agua y rellena todas las tierras fértiles con piedras.
Contemplemos a un hombre o mujer una vez que la muerte haya obrado su voluntad en él: ¡en qué ruina se ha convertido! Cómo se torna en cenizas su belleza y su hermosura en corrupción. Ciertamente un enemigo ha hecho eso. Contemplen, hermanos míos, el paso de la muerte a lo largo de todas las edades y en todas las tierras. ¿Acaso hay algún campo desprovisto de una tumba? ¿Hay alguna ciudad sin su camposanto? ¿Adónde podríamos ir sin hallar un sepulcro? Así como la playa está cubierta con las excavaciones de los cangrejos, así estás tú, oh tierra, cubierta con esos montículos cubiertos de hierba bajo los cuales duermen generaciones de hombres que han partido. ¡Y tú, oh mar, tú mismo no te has quedado sin tus muertos! Es como si la tierra estuviese saturada de cadáveres y se empujaran unos a otros en sus atestados sepulcros para llegar hasta tus cavernas, oh poderoso océano, adonde son arrojados los cuerpos de los muertos. ¡Tus olas se han contaminado con los cadáveres de seres humanos y en tus profundidades yacen los huesos de los muertos! Nuestro enemigo, la muerte, ha marchado, por decirlo así, con espada y con fuego asolando a la raza humana. Ni los godos, ni los hunos, ni los tártaros habrían podido matar tan universalmente a todo lo que respira, pues la muerte no ha permitido que nadie escape. Ha marchitado la dicha hogareña por doquier y ha generado aflicción y lamentos; en todas las tierras a las que calienta el sol, ha cegado con llanto los ojos de los seres humanos.
Las lágrimas de los deudos, el lamento de la viuda y el gemido del huérfano han sido el canto de guerra de la muerte que ha encontrado en todo eso un himno de victoria. Los más grandes conquistadores han sido simplemente unos verdugos de la muerte, unos carniceros ambulantes que trabajan en sus degolladeros. La guerra no es otra cosa que la muerte celebrando un carnaval y devorando a su presa un poco más aprisa de lo que suele hacerlo. La muerte ha realizado la obra de un enemigo para quienes nos hemos escapado hasta ahora de sus flechas. Quienes recientemente han estado alrededor de una tumba recién abierta y han sepultado allí la mitad de sus corazones, pueden decirles qué clase de enemigo es la muerte. Arrebata al amigo de nuestro lado y al hijo de nuestro pecho y no le importa nuestro llanto. Ha caído quien fuera el sostén de la casa; ha sido arrebatada la que fuera el brillo del hogar. El pequeñito es arrancado del pecho de su madre aunque su pérdida casi le rompa las fibras de su corazón; y la juventud floreciente es quitada del lado de su padre sin importar que las más caras esperanzas sean aplastadas por ese medio.
La muerte no tiene ninguna piedad por los jóvenes y ninguna clemencia para con los ancianos; no tiene ninguna consideración para los buenos ni para los gallardos. Su guadaña troncha dulces flores y hierbas nocivas con igual diligencia. Viene a nuestro jardín y pisotea nuestros lirios y desperdiga nuestras rosas sobre el suelo; sí, y aun a las más modestas flores plantadas en algún rincón que ocultan su belleza debajo de las hojas para poder sonrojarse sin ser vistas, la muerte las espía aun a ellas y menospreciando su fragancia, las marchita con su hirviente aliento. La muerte es ciertamente tu enemigo, huérfano niño que fuiste señalado para ser golpeado por la despiadada tormenta de un mundo cruel sin que nadie te proteja.
La muerte es tu enemigo, oh viuda, pues la luz de tu vida ha partido, y el deseo de tus ojos ha sido arrebatado con un golpe. La muerte es tu enemigo, esposo, pues tu casa está desolada y tus pequeños hijos claman por la madre que la muerte les ha robado. La muerte es un enemigo de todos nosotros, ¿pues qué jefe de familia entre nosotros no ha tenido que decirle: “¡Tú me has hecho guardar luto una y otra vez!?” La muerte es especialmente un enemigo para los vivos cuando invade la casa de Dios y hace que el profeta y el sacerdote sean contados con los muertos. La iglesia deplora cuando sus ministros más útiles son derribados, cuando el ojo que vigila se queda a oscuras y la lengua que instruye enmudece.
Sin embargo, ¡cuán a menudo combate así la muerte contra nosotros! Los varones y mujeres esforzados, activos, infatigables son llevados. Los que son más vigorosos en la oración, los más afectuosos de corazón, los seres más ejemplares en la vida, todos ellos son cortados en medio de sus labores y dejan tras de sí una iglesia que los necesita más de lo que pudiera decirse. Con sólo que el Señor amenace con permitir que la muerte se apodere de un amado siervo, las almas de Su pueblo se llenan de aflicción y ven a la muerte como su peor enemigo mientras interceden ante el Señor y le suplican que deje vivir a su ministro. Incluso quienes han muerto pueden muy bien considerar a la muerte como su enemigo. No me refiero a esa hora en que han subido a sus asientos y que como espíritus incorpóreos contemplan al Rey en Su hermosura, sino a la etapa previa, cuando la muerte se estaba aproximando a ellos. La muerte parecía ser un enemigo para su carne trémula, pues no está en nuestra naturaleza, excepto en los momentos de extremo dolor o de perturbación mental o de excesiva expectación de la gloria, que nos sintamos a gusto con la muerte.
Fue sabio de parte de nuestro Creador que nos constituyera de tal manera que el alma ame al cuerpo y que el cuerpo ame al alma y que ambos deseen morar juntos en tanto que se pueda, pues de otra manera no habría habido ningún interés por la autopreservación y el suicidio habría destruido a la raza. “¿Quién querría sufrir del tiempo el escarnio y el azote, Del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, Cuando él mismo podría labrarse su propia muerte Con una daga desnuda? Es una ley básica de nuestra naturaleza que "piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida (Job2:4), y así somos alentados a luchar por la existencia y a evitar aquello que nos destruiría. Este benéfico instinto convierte a la muerte en un enemigo, pero también ayuda a evitar ese crimen de crímenes que es la más segura condenación si alguien lo comete voluntariamente y en su sano juicio: me refiero al crimen del suicidio.
Cuando la muerte le llega incluso al hombre bueno, le llega como un enemigo, pues viene acompañada de terribles heraldos y de escoltas sombríos que nos atemorizan grandemente. “De una fiebre que hace arder la frente; De palidez de la tisis, de parálisis, de una vida a medias extinguida, de un reuma que siempre roe, de convulsiones violentas; De inflamación por hidropesía, de asma jadeante, de apoplejía Plenamente transido”. Nada de eso agrega una partícula de belleza al aspecto de la muerte. Viene con dolores y aflicciones; viene con suspiros y lágrimas. Nubes y oscuridad la circundan; una atmósfera cargada de polvo oprime a aquellos a quienes se aproxima y un gélido viento los congela hasta la médula. La muerte monta un caballo amarillo, y allí donde su corcel pone el casco la tierra se convierte en desierto. Las pisadas de ese terrible trotón despiertan al gusano que roe a los muertos. Cuando olvidamos otras grandes verdades y únicamente recordamos estas cosas espantosas, la muerte es el rey de los terrores para nosotros. Los corazones se enferman y se desbocan por su culpa. Pero ciertamente es un enemigo, pues ¿qué le hace a nuestro cuerpo cuando viene? Yo sé que le hace lo que finalmente le conduce a su perfeccionamiento, pero con todo, es algo que en sí mismo y por el momento no es gozoso sino atroz. Viene para suprimir la luz de los ojos, la audición de los oídos, el habla de la lengua, la actividad de la mano y el pensamiento del cerebro. Viene para transformar a un hombre vivo en una masa de putrefacción, para degradar a la amada figura del hermano y del amigo a una condición tal de corrupción que el afecto mismo da voces diciendo: “Sepulten a mi muerto delante de mí” (Gen.23:8).
Muerte, progenie del pecado, Cristo te ha transformado maravillosamente, pero en ti mismo tú eres un enemigo ante quien la carne y la sangre tiemblan pues saben que tú eres el asesino de todos los nacidos de mujer cuya sed de presas humanas la sangre de las naciones no puede saciar. Si piensan por unos instantes en este enemigo, observarán algunos de los rasgos de su carácter. Es el enemigo común de todo el pueblo de Dios, y el enemigo de todos los hombres, pues a pesar de que algunos han sido persuadidos de que no van a morir, en esta guerra no hay licencias; y si en esta conscripción un hombre escapa al reclutamiento durante muchos y muchos años hasta que su barba gris pareciera desafiar la más dura helada invernal, con todo es preciso que el hombre de hierro se rinda por fin.
Está establecido para los hombres que mueran una sola vez (Heb.9:27). El hombre más fuerte no tiene ningún elixir de vida eterna con el que pueda renovar su juventud en medio de la putrefacción de la época; tampoco tiene un precio el príncipe más rico con el cual pueda sobornar a la destrucción. A la tumba has de descender, oh coronado monarca, pues los cetros y las palas se parecen. Al sepulcro has de bajar, varón esforzado y valiente, pues la espada y la azada son de un metal semejante (Is.2:4). El príncipe es hermano del gusano, y ha de morar en la misma casa. De toda nuestra raza es cierto lo siguiente: “Polvo eres, y en polvo te convertirás”. La muerte es también un enemigo sutil, que acecha en todas partes, aun en las cosas más inofensivas. ¿Quién podría saber dónde ha preparado sus emboscadas la muerte? Se encuentra con nosotros tanto dentro como fuera de casa; estando a la mesa asedia a los hombres en sus alimentos, y en la fuente envenena su bebida. Nos aborda en las calles, y nos prende sobre nuestros lechos; en el mar cabalga sobre la tormenta, y anda con nosotros cuando nos movemos sobre tierra firme. ¿Adónde podríamos volar para escapar de ti, oh muerte?, pues desde las cumbres de los Alpes los hombres han caído a sus tumbas, y en los lugares profundos de la tierra adonde baja el minero para encontrar el valioso mineral, allí has sacrificado tú muchas hecatombes de vidas preciosas. La muerte es un enemigo sutil y con silenciosos pasos nos pisa los talones cuando menos pensamos en él. Es un enemigo que nadie podrá evadir, sean cuales fueren los atajos que tomemos, ni podremos escapar de él cuando llegue nuestra hora. En los lazos de este cazador, cual aves, todos caeremos; en su gran red barredera caerán todos los peces del grande océano de la vida cuando haya llegado su día.
Con la misma seguridad que se pone el sol y las estrellas de medianoche se ocultan al fin detrás del horizonte y se hunden otra vez las olas en el mar y estalla la burbuja, así todos nosotros llegaremos tarde o temprano a nuestro fin, y desapareceremos de la tierra para no ser conocidos más entre los vivos. Súbitos también, con suma frecuencia, son los asaltos de este enemigo. “Las hojas caen a su tiempo, Y las flores se marchitan con el aliento del viento del invierno, Y las estrellas desaparecen a su hora, pero, a la muerte le pertenecen todas las estaciones”. Ocurre a veces que los hombres se mueren sin ningún aviso previo; se han muerto con un salmo en la boca, o entregados a su oficio cotidiano han sido convocados a rendir cuentas. Nos enteramos de alguien que, cuando el periódico matutino le trajo noticias de que un colega de negocios había muerto, mientras estaba poniéndose sus botas para ir a su lugar de trabajo observaba riéndose que él mismo estaba tan ocupado que no tenía tiempo para morirse. Sin embargo, antes de que concluyera con sus palabras cayó de bruces y era cadáver. Las muertes súbitas no son tan inusuales como para ser sorpresas si nos desenvolvemos en el centro de un amplio círculo de la humanidad. (Seleccionado y adaptado del Sermon 1329 de C.H.Spurgeon para ser presentado el 17/12/1876).
Entonces la muerte no es un enemigo que haya de ser despreciado o subestimado. Recordemos todas sus características y lazos y entonces no estaremos inclinados a menospreciar a este sombrío enemigo a quien nuestro glorioso Redentor Jesucristo ha vencido y ante El la muerte ha tenido que obedecer con aquel "talita cumi" con aquel "Joven, a ti te digo: Levantate" con aquel "Lazaro, ven fuera" y con muchos otros mas que fueron primicias de la Resurrección del Salvador, Si hermano, los lazos de la muerte han sido debilitados en su poder a causa de la Ley del sabio que es manantial de Vida. Amen y amen.-
Hay una Ley que es manantial de Vida, y esa ley pertenece al sabio entre los sabios que dijo "Yo soy la resurrección y la vida"(Jn.11:25). "El que cree en mi como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva"(Jn.7:37) , pero hemos de cuidarnos y apartarnos de un enemigo que tiende lazos a nuestra vida y ese es LA MUERTE es UN ENEMIGO que nació como tal, al igual que Amán, el agagueo, era un enemigo de Israel por su linaje. La muerte es un hijo de nuestro peor enemigo pues “el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sant.1:15). “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Rom.5:12). Ahora bien, lo que es claramente un fruto de la transgresión no puede ser otra cosa que un enemigo del hombre. La muerte se introdujo en el mundo en aquel día sombrío que fue testigo de nuestra caída, y aquel que tenía su poder es nuestro archienemigo y engañador, el demonio; por ambos hechos debemos considerarlo como el manifiesto enemigo del hombre.
La muerte es un intruso en este mundo pues no entraba en el diseño original de la creación antes de la caída, pero su intrusión desfigura y lo arruina todo. No es parte del redil del Grandioso Pastor, antes bien, es un lobo que viene para matar y destruir.
La geología nos hace saber que hubo muerte en las diversas formas de vida desde las primeras edades de la historia del globo, incluso cuando el mundo no estaba arreglado todavía como morada del hombre. Puedo creer esto y no obstante considerar a la muerte como el resultado del pecado. Si se pudiese demostrar que hay una unidad orgánica entre el hombre y los animales inferiores que no habrían muerto si Adán no hubiese pecado, entonces veo en esas muertes antes de Adán las consecuencias antecedentes de un pecado que entonces no había sido cometido. Si por los méritos de Jesús hubo salvación antes que hubiese ofrecido Su sacrificio expiatorio, no encuentro difícil concebir que los anticipados deméritos del pecado pudieran haber arrojado la sombra de la muerte sobre las largas edades que precedieron a la transgresión del hombre. Poco sabemos de eso y no es importante que lo sepamos, pero es seguro que en lo que respecta a la presente creación, la muerte no es un huésped convidado por Dios, sino un intruso cuya presencia arruina la fiesta.
El hombre, en su locura, le dio la bienvenida a Satanás y al pecado cuando se abrieron paso a la fuerza en el gran festival del Paraíso, pero nunca le dio la bienvenida a la muerte: aun los ojos ciegos del hombre podían ver en esa figura esquelética un cruel enemigo. Como el león para los rebaños de las llanuras, como la guadaña para las flores del campo, como el viento para las hojas secas del bosque, así es la muerte para los hijos de los hombres. Le temen de manera instintiva porque su conciencia les dice que es el producto de su pecado.
La muerte es llamada apropiadamente un enemigo pues realiza la obra de un enemigo en contra nuestra. ¿Con qué propósito viene un enemigo sino es para arrancar, y derribar y destruir? La muerte destroza esa hermosa obra de las manos de Dios que es la estructura del cuerpo humano, tan maravillosamente realizada por los dedos de la destreza divina. Arrojando este rico recamado en la tumba en medio de los ejércitos de gusanos, la muerte distribuye a su fiera soldadesca “las vestiduras de colores para cada uno, las vestiduras bordadas de colores”, que destroza despiadadamente los despojos. Este edificio de nuestra humanidad es una casa hermosa a los ojos, pero la muerte, el destructor, oscurece las ventanas, hace estremecer sus pilares, cierra las puertas de la calle y hace disminuir el ruido del molino. Entonces todas las hijas del canto son abatidas y los hombres fuertes se doblegan.
Este enemigo es un vándalo no perdona ninguna obra de la vida, por llena de sabiduría o de belleza que esté, pues quiebra la cadena de plata y rompe el cuenco de oro. He aquí, el cántaro se quiebra junto a la fuente, y la rueda se rompe sobre el pozo. La muerte es un fiero invasor de los ámbitos de la vida y adonde llega derriba todo árbol bueno, tapa todos los pozos de agua y rellena todas las tierras fértiles con piedras.
Contemplemos a un hombre o mujer una vez que la muerte haya obrado su voluntad en él: ¡en qué ruina se ha convertido! Cómo se torna en cenizas su belleza y su hermosura en corrupción. Ciertamente un enemigo ha hecho eso. Contemplen, hermanos míos, el paso de la muerte a lo largo de todas las edades y en todas las tierras. ¿Acaso hay algún campo desprovisto de una tumba? ¿Hay alguna ciudad sin su camposanto? ¿Adónde podríamos ir sin hallar un sepulcro? Así como la playa está cubierta con las excavaciones de los cangrejos, así estás tú, oh tierra, cubierta con esos montículos cubiertos de hierba bajo los cuales duermen generaciones de hombres que han partido. ¡Y tú, oh mar, tú mismo no te has quedado sin tus muertos! Es como si la tierra estuviese saturada de cadáveres y se empujaran unos a otros en sus atestados sepulcros para llegar hasta tus cavernas, oh poderoso océano, adonde son arrojados los cuerpos de los muertos. ¡Tus olas se han contaminado con los cadáveres de seres humanos y en tus profundidades yacen los huesos de los muertos! Nuestro enemigo, la muerte, ha marchado, por decirlo así, con espada y con fuego asolando a la raza humana. Ni los godos, ni los hunos, ni los tártaros habrían podido matar tan universalmente a todo lo que respira, pues la muerte no ha permitido que nadie escape. Ha marchitado la dicha hogareña por doquier y ha generado aflicción y lamentos; en todas las tierras a las que calienta el sol, ha cegado con llanto los ojos de los seres humanos.
Las lágrimas de los deudos, el lamento de la viuda y el gemido del huérfano han sido el canto de guerra de la muerte que ha encontrado en todo eso un himno de victoria. Los más grandes conquistadores han sido simplemente unos verdugos de la muerte, unos carniceros ambulantes que trabajan en sus degolladeros. La guerra no es otra cosa que la muerte celebrando un carnaval y devorando a su presa un poco más aprisa de lo que suele hacerlo. La muerte ha realizado la obra de un enemigo para quienes nos hemos escapado hasta ahora de sus flechas. Quienes recientemente han estado alrededor de una tumba recién abierta y han sepultado allí la mitad de sus corazones, pueden decirles qué clase de enemigo es la muerte. Arrebata al amigo de nuestro lado y al hijo de nuestro pecho y no le importa nuestro llanto. Ha caído quien fuera el sostén de la casa; ha sido arrebatada la que fuera el brillo del hogar. El pequeñito es arrancado del pecho de su madre aunque su pérdida casi le rompa las fibras de su corazón; y la juventud floreciente es quitada del lado de su padre sin importar que las más caras esperanzas sean aplastadas por ese medio.
La muerte no tiene ninguna piedad por los jóvenes y ninguna clemencia para con los ancianos; no tiene ninguna consideración para los buenos ni para los gallardos. Su guadaña troncha dulces flores y hierbas nocivas con igual diligencia. Viene a nuestro jardín y pisotea nuestros lirios y desperdiga nuestras rosas sobre el suelo; sí, y aun a las más modestas flores plantadas en algún rincón que ocultan su belleza debajo de las hojas para poder sonrojarse sin ser vistas, la muerte las espía aun a ellas y menospreciando su fragancia, las marchita con su hirviente aliento. La muerte es ciertamente tu enemigo, huérfano niño que fuiste señalado para ser golpeado por la despiadada tormenta de un mundo cruel sin que nadie te proteja.
La muerte es tu enemigo, oh viuda, pues la luz de tu vida ha partido, y el deseo de tus ojos ha sido arrebatado con un golpe. La muerte es tu enemigo, esposo, pues tu casa está desolada y tus pequeños hijos claman por la madre que la muerte les ha robado. La muerte es un enemigo de todos nosotros, ¿pues qué jefe de familia entre nosotros no ha tenido que decirle: “¡Tú me has hecho guardar luto una y otra vez!?” La muerte es especialmente un enemigo para los vivos cuando invade la casa de Dios y hace que el profeta y el sacerdote sean contados con los muertos. La iglesia deplora cuando sus ministros más útiles son derribados, cuando el ojo que vigila se queda a oscuras y la lengua que instruye enmudece.
Sin embargo, ¡cuán a menudo combate así la muerte contra nosotros! Los varones y mujeres esforzados, activos, infatigables son llevados. Los que son más vigorosos en la oración, los más afectuosos de corazón, los seres más ejemplares en la vida, todos ellos son cortados en medio de sus labores y dejan tras de sí una iglesia que los necesita más de lo que pudiera decirse. Con sólo que el Señor amenace con permitir que la muerte se apodere de un amado siervo, las almas de Su pueblo se llenan de aflicción y ven a la muerte como su peor enemigo mientras interceden ante el Señor y le suplican que deje vivir a su ministro. Incluso quienes han muerto pueden muy bien considerar a la muerte como su enemigo. No me refiero a esa hora en que han subido a sus asientos y que como espíritus incorpóreos contemplan al Rey en Su hermosura, sino a la etapa previa, cuando la muerte se estaba aproximando a ellos. La muerte parecía ser un enemigo para su carne trémula, pues no está en nuestra naturaleza, excepto en los momentos de extremo dolor o de perturbación mental o de excesiva expectación de la gloria, que nos sintamos a gusto con la muerte.
Fue sabio de parte de nuestro Creador que nos constituyera de tal manera que el alma ame al cuerpo y que el cuerpo ame al alma y que ambos deseen morar juntos en tanto que se pueda, pues de otra manera no habría habido ningún interés por la autopreservación y el suicidio habría destruido a la raza. “¿Quién querría sufrir del tiempo el escarnio y el azote, Del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, Cuando él mismo podría labrarse su propia muerte Con una daga desnuda? Es una ley básica de nuestra naturaleza que "piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida (Job2:4), y así somos alentados a luchar por la existencia y a evitar aquello que nos destruiría. Este benéfico instinto convierte a la muerte en un enemigo, pero también ayuda a evitar ese crimen de crímenes que es la más segura condenación si alguien lo comete voluntariamente y en su sano juicio: me refiero al crimen del suicidio.
Cuando la muerte le llega incluso al hombre bueno, le llega como un enemigo, pues viene acompañada de terribles heraldos y de escoltas sombríos que nos atemorizan grandemente. “De una fiebre que hace arder la frente; De palidez de la tisis, de parálisis, de una vida a medias extinguida, de un reuma que siempre roe, de convulsiones violentas; De inflamación por hidropesía, de asma jadeante, de apoplejía Plenamente transido”. Nada de eso agrega una partícula de belleza al aspecto de la muerte. Viene con dolores y aflicciones; viene con suspiros y lágrimas. Nubes y oscuridad la circundan; una atmósfera cargada de polvo oprime a aquellos a quienes se aproxima y un gélido viento los congela hasta la médula. La muerte monta un caballo amarillo, y allí donde su corcel pone el casco la tierra se convierte en desierto. Las pisadas de ese terrible trotón despiertan al gusano que roe a los muertos. Cuando olvidamos otras grandes verdades y únicamente recordamos estas cosas espantosas, la muerte es el rey de los terrores para nosotros. Los corazones se enferman y se desbocan por su culpa. Pero ciertamente es un enemigo, pues ¿qué le hace a nuestro cuerpo cuando viene? Yo sé que le hace lo que finalmente le conduce a su perfeccionamiento, pero con todo, es algo que en sí mismo y por el momento no es gozoso sino atroz. Viene para suprimir la luz de los ojos, la audición de los oídos, el habla de la lengua, la actividad de la mano y el pensamiento del cerebro. Viene para transformar a un hombre vivo en una masa de putrefacción, para degradar a la amada figura del hermano y del amigo a una condición tal de corrupción que el afecto mismo da voces diciendo: “Sepulten a mi muerto delante de mí” (Gen.23:8).
Muerte, progenie del pecado, Cristo te ha transformado maravillosamente, pero en ti mismo tú eres un enemigo ante quien la carne y la sangre tiemblan pues saben que tú eres el asesino de todos los nacidos de mujer cuya sed de presas humanas la sangre de las naciones no puede saciar. Si piensan por unos instantes en este enemigo, observarán algunos de los rasgos de su carácter. Es el enemigo común de todo el pueblo de Dios, y el enemigo de todos los hombres, pues a pesar de que algunos han sido persuadidos de que no van a morir, en esta guerra no hay licencias; y si en esta conscripción un hombre escapa al reclutamiento durante muchos y muchos años hasta que su barba gris pareciera desafiar la más dura helada invernal, con todo es preciso que el hombre de hierro se rinda por fin.
Está establecido para los hombres que mueran una sola vez (Heb.9:27). El hombre más fuerte no tiene ningún elixir de vida eterna con el que pueda renovar su juventud en medio de la putrefacción de la época; tampoco tiene un precio el príncipe más rico con el cual pueda sobornar a la destrucción. A la tumba has de descender, oh coronado monarca, pues los cetros y las palas se parecen. Al sepulcro has de bajar, varón esforzado y valiente, pues la espada y la azada son de un metal semejante (Is.2:4). El príncipe es hermano del gusano, y ha de morar en la misma casa. De toda nuestra raza es cierto lo siguiente: “Polvo eres, y en polvo te convertirás”. La muerte es también un enemigo sutil, que acecha en todas partes, aun en las cosas más inofensivas. ¿Quién podría saber dónde ha preparado sus emboscadas la muerte? Se encuentra con nosotros tanto dentro como fuera de casa; estando a la mesa asedia a los hombres en sus alimentos, y en la fuente envenena su bebida. Nos aborda en las calles, y nos prende sobre nuestros lechos; en el mar cabalga sobre la tormenta, y anda con nosotros cuando nos movemos sobre tierra firme. ¿Adónde podríamos volar para escapar de ti, oh muerte?, pues desde las cumbres de los Alpes los hombres han caído a sus tumbas, y en los lugares profundos de la tierra adonde baja el minero para encontrar el valioso mineral, allí has sacrificado tú muchas hecatombes de vidas preciosas. La muerte es un enemigo sutil y con silenciosos pasos nos pisa los talones cuando menos pensamos en él. Es un enemigo que nadie podrá evadir, sean cuales fueren los atajos que tomemos, ni podremos escapar de él cuando llegue nuestra hora. En los lazos de este cazador, cual aves, todos caeremos; en su gran red barredera caerán todos los peces del grande océano de la vida cuando haya llegado su día.
Con la misma seguridad que se pone el sol y las estrellas de medianoche se ocultan al fin detrás del horizonte y se hunden otra vez las olas en el mar y estalla la burbuja, así todos nosotros llegaremos tarde o temprano a nuestro fin, y desapareceremos de la tierra para no ser conocidos más entre los vivos. Súbitos también, con suma frecuencia, son los asaltos de este enemigo. “Las hojas caen a su tiempo, Y las flores se marchitan con el aliento del viento del invierno, Y las estrellas desaparecen a su hora, pero, a la muerte le pertenecen todas las estaciones”. Ocurre a veces que los hombres se mueren sin ningún aviso previo; se han muerto con un salmo en la boca, o entregados a su oficio cotidiano han sido convocados a rendir cuentas. Nos enteramos de alguien que, cuando el periódico matutino le trajo noticias de que un colega de negocios había muerto, mientras estaba poniéndose sus botas para ir a su lugar de trabajo observaba riéndose que él mismo estaba tan ocupado que no tenía tiempo para morirse. Sin embargo, antes de que concluyera con sus palabras cayó de bruces y era cadáver. Las muertes súbitas no son tan inusuales como para ser sorpresas si nos desenvolvemos en el centro de un amplio círculo de la humanidad. (Seleccionado y adaptado del Sermon 1329 de C.H.Spurgeon para ser presentado el 17/12/1876).
Entonces la muerte no es un enemigo que haya de ser despreciado o subestimado. Recordemos todas sus características y lazos y entonces no estaremos inclinados a menospreciar a este sombrío enemigo a quien nuestro glorioso Redentor Jesucristo ha vencido y ante El la muerte ha tenido que obedecer con aquel "talita cumi" con aquel "Joven, a ti te digo: Levantate" con aquel "Lazaro, ven fuera" y con muchos otros mas que fueron primicias de la Resurrección del Salvador, Si hermano, los lazos de la muerte han sido debilitados en su poder a causa de la Ley del sabio que es manantial de Vida. Amen y amen.-
PLAN DE LECTURA BÍBLICA ANUAL
Capítulo 29
Pacto de Jehová con Israel en Moab
Deut.29:1 Estas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.
Deut.29:2 Moisés, pues, llamó a todo Israel, y les dijo: Vosotros habéis visto todo lo que Jehová ha hecho delante de vuestros ojos en la tierra de Egipto a Faraón y a todos sus siervos, y a toda su tierra,
Deut.29:3 las grandes pruebas que vieron vuestros ojos, las señales y las grandes maravillas.
Deut.29:4 Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.
Deut.29:5 Y yo os he traído cuarenta años en el desierto; vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie.
Deut.29:6 No habéis comido pan, ni bebisteis vino ni sidra; para que supierais que yo soy Jehová vuestro Dios.
Deut.29:7 Y llegasteis a este lugar, y salieron Sehón rey de Hesbón y Og rey de Basán delante de nosotros para pelear, y los derrotamos;
Deut.29:8 y tomamos su tierra, y la dimos por heredad a Rubén y a Gad y a la media tribu de Manasés.
Deut.29:9 Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en todo lo que hiciereis.
Deut.29:10 Vosotros todos estáis hoy en presencia de Jehová vuestro Dios; los cabezas de vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los varones de Israel;
Deut.29:11 vuestros niños, vuestras mujeres, y tus extranjeros que habitan en medio de tu campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca tu agua;
Deut.29:12 para que entres en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que Jehová tu Dios concierta hoy contigo,
Deut.29:13 para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.
Deut.29:14 Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento,
Deut.29:15 sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros.
Deut.29:16 Porque vosotros sabéis cómo habitamos en la tierra de Egipto, y cómo hemos pasado por en medio de las naciones por las cuales habéis pasado;
Deut.29:17 y habéis visto sus abominaciones y sus ídolos de madera y piedra, de plata y oro, que tienen consigo.
Deut.29:18 No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo,
Deut.29:19 y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed.
Deut.29:20 No querrá Jehová perdonarlo, sino que entonces humeará la ira de Jehová y su celo sobre el tal hombre, y se asentará sobre él toda maldición escrita en este libro, y Jehová borrará su nombre de debajo del cielo;
Deut.29:21 y lo apartará Jehová de todas las tribus de Israel para mal, conforme a todas las maldiciones del pacto escrito en este libro de la ley.
Deut.29:22 Y dirán las generaciones venideras, vuestros hijos que se levanten después de vosotros, y el extranjero que vendrá de lejanas tierras, cuando vieren las plagas de aquella tierra, y sus enfermedades de que Jehová la habrá hecho enfermar
Deut.29:23 (azufre y sal, abrasada toda su tierra; no será sembrada, ni producirá, ni crecerá en ella hierba alguna, como sucedió en la destrucción de Sodoma y de Gomorra, de Adma y de Zeboim, las cuales Jehová destruyó en su furor y en su ira);
Deut.29:24 más aún, todas las naciones dirán: ¿Por qué hizo esto Jehová a esta tierra? ¿Qué significa el ardor de esta gran ira?
Deut.29:25 Y responderán: Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres, que él concertó con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto,
Deut.29:26 y fueron y sirvieron a dioses ajenos, y se inclinaron a ellos, dioses que no conocían, y que ninguna cosa les habían dado.
Deut.29:27 Por tanto, se encendió la ira de Jehová contra esta tierra, para traer sobre ella todas las maldiciones escritas en este libro;
Deut.29:28 y Jehová los desarraigó de su tierra con ira, con furor y con grande indignación, y los arrojó a otra tierra, como hoy se ve.
Deut.29:29 Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.
Capítulo 30
Condiciones para la restauración y la bendición
Deut.30:1 Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios,
Deut.30:2 y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma,
Deut.30:3 entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios.
Deut.30:4 Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará;
Deut.30:5 y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres.
Deut.30:6 Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.
Deut.30:7 Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos, y sobre tus aborrecedores que te persiguieron.
Deut.30:8 Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por obra todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy.
Deut.30:9 Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres,
Deut.30:10 cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
Deut.30:11 Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos.
Deut.30:12 No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos?
Deut.30:13 Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos?
Deut.30:14 Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
Deut.30:15 Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;
Deut.30:16 porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.
Deut.30:17 Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres,
Deut.30:18 yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.
Deut.30:19 A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;
Deut.30:20 amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.
Capítulo 31
Josué es instalado como sucesor de Moisés
Deut.31:1 Fue Moisés y habló estas palabras a todo Israel,
Deut.31:2 y les dijo: Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán.
Deut.31:3 Jehová tu Dios, él pasa delante de ti; él destruirá a estas naciones delante de ti, y las heredarás; Josué será el que pasará delante de ti, como Jehová ha dicho.
Deut.31:4 Y hará Jehová con ellos como hizo con Sehón y con Og, reyes de los amorreos, y con su tierra, a quienes destruyó.
Deut.31:5 Y los entregará Jehová delante de vosotros, y haréis con ellos conforme a todo lo que os he mandado.
Deut.31:6 Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.
Deut.31:7 Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar.
Deut.31:8 Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.
Deut.31:9 Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel.
Deut.31:10 Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos,
Deut.31:11 cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos.
Deut.31:12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley;
Deut.31:13 y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella.
Deut.31:14 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí se ha acercado el día de tu muerte; llama a Josué, y esperad en el tabernáculo de reunión para que yo le dé el cargo. Fueron, pues, Moisés y Josué, y esperaron en el tabernáculo de reunión.
Deut.31:15 Y se apareció Jehová en el tabernáculo, en la columna de nube; y la columna de nube se puso sobre la puerta del tabernáculo.
Deut.31:16 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él;
Deut.31:17 y se encenderá mi furor contra él en aquel día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos males porque no está mi Dios en medio de mí?
Deut.31:18 Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos.
Deut.31:19 Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel.
Deut.31:20 Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto.
Deut.31:21 Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo, pues será recordado por la boca de sus descendientes; porque yo conozco lo que se proponen de antemano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles.
Deut.31:22 Y Moisés escribió este cántico aquel día, y lo enseñó a los hijos de Israel.
Deut.31:23 Y dio orden a Josué hijo de Nun, y dijo: Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.
Orden de guardar la ley junto al arca
Deut.31:24 Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse,
Deut.31:25 dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo:
Deut.31:26 Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti.
Deut.31:27 Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto?
Deut.31:28 Congregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra.
Deut.31:29 Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos.
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