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MARZO 9

Prov.13:14 La ley del sabio es manantial de vida
             Para apartarse de los lazos de la muerte.



Los lazos de la muerte


 Hay una Ley que es manantial de Vida, y esa ley pertenece al sabio entre los sabios que dijo "Yo soy la resurrección y la vida"(Jn.11:25). "El que cree en mi como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva"(Jn.7:37) , pero hemos de cuidarnos y apartarnos de un enemigo que tiende lazos a nuestra vida y ese es LA  MUERTE  es  UN  ENEMIGO que nació  como  tal,  al  igual  que  Amán, el agagueo, era un enemigo de Israel por su linaje. La muerte es  un   hijo de  nuestro peor enemigo  pues “el   pecado,   siendo   consumado, da a luz la muerte” (Sant.1:15). “El pecado entró en el mundo por un  hombre,  y  por  el  pecado  la  muerte” (Rom.5:12).  Ahora  bien,  lo  que  es  claramente un fruto de la transgresión no puede ser otra cosa que un enemigo  del  hombre.  La  muerte  se  introdujo  en  el  mundo  en  aquel  día  sombrío  que  fue  testigo  de  nuestra  caída,  y  aquel  que  tenía  su  poder es nuestro archienemigo y engañador, el demonio; por ambos hechos  debemos   considerarlo   como   el   manifiesto   enemigo   del   hombre.
 La muerte es un intruso en este mundo pues no entraba en el diseño original de la creación antes de la caída, pero su intrusión desfigura  y  lo  arruina  todo.  No  es  parte  del  redil  del  Grandioso  Pastor,  antes  bien,  es  un  lobo  que  viene  para  matar  y  destruir.
 La  geología  nos  hace  saber  que  hubo  muerte  en  las  diversas  formas  de  vida  desde  las  primeras  edades  de  la  historia  del  globo,  incluso  cuando  el  mundo  no  estaba  arreglado  todavía  como  morada  del  hombre. Puedo creer esto y no obstante considerar a la muerte como el resultado del pecado. Si se pudiese demostrar que hay una unidad orgánica  entre  el  hombre  y  los  animales  inferiores  que  no  habrían  muerto  si  Adán  no  hubiese  pecado,  entonces  veo  en  esas  muertes  antes  de  Adán  las  consecuencias  antecedentes  de  un  pecado  que  entonces  no  había  sido  cometido.  Si  por  los  méritos  de  Jesús  hubo  salvación  antes  que  hubiese  ofrecido  Su  sacrificio  expiatorio,  no  encuentro  difícil  concebir  que  los  anticipados  deméritos  del  pecado  pudieran  haber  arrojado  la  sombra  de  la  muerte  sobre  las  largas  edades que precedieron a la transgresión del hombre. Poco sabemos de  eso  y  no  es  importante  que  lo  sepamos,  pero  es  seguro  que  en  lo  que  respecta  a  la  presente  creación, la muerte no es un huésped convidado por Dios, sino un intruso cuya presencia arruina la fiesta.
 El hombre, en su locura, le dio la bienvenida a Satanás y al pecado cuando  se  abrieron  paso  a  la  fuerza  en  el  gran  festival  del  Paraíso,  pero  nunca  le  dio  la  bienvenida  a  la  muerte:  aun  los  ojos  ciegos del hombre podían ver en esa figura esquelética un cruel enemigo. Como el león para los rebaños de las llanuras, como la guadaña para las flores del campo,  como  el  viento  para  las  hojas  secas  del  bosque,  así  es  la  muerte para los hijos de los hombres. Le temen de manera instintiva porque su conciencia les dice que es el producto de su pecado.
 La  muerte  es  llamada  apropiadamente  un  enemigo  pues  realiza  la  obra de un enemigo en contra nuestra. ¿Con qué propósito viene un enemigo  sino  es  para  arrancar,  y  derribar  y  destruir?  La  muerte  destroza esa hermosa obra de las manos de Dios que es la estructura del cuerpo humano, tan maravillosamente realizada por los dedos de la  destreza  divina.  Arrojando  este  rico  recamado  en  la  tumba  en  medio  de  los  ejércitos  de  gusanos,  la  muerte  distribuye  a  su  fiera  soldadesca  “las  vestiduras  de  colores  para  cada  uno,  las  vestiduras  bordadas  de  colores”,  que  destroza  despiadadamente  los  despojos.  Este  edificio  de  nuestra  humanidad  es  una  casa  hermosa  a  los  ojos,  pero la muerte, el destructor, oscurece las ventanas, hace estremecer sus pilares, cierra las puertas de la calle y hace disminuir el ruido del molino. Entonces   todas   las   hijas   del   canto   son   abatidas   y   los   hombres  fuertes  se  doblegan.
 Este enemigo es un vándalo  no  perdona  ninguna  obra  de  la  vida,  por  llena  de  sabiduría  o  de  belleza  que  esté,  pues  quiebra la cadena de plata y rompe el cuenco de oro. He aquí, el cántaro  se  quiebra  junto  a  la  fuente,  y  la  rueda  se  rompe  sobre  el  pozo.  La  muerte  es  un  fiero  invasor  de  los  ámbitos  de  la  vida  y  adonde llega derriba todo árbol bueno, tapa todos los pozos de agua y  rellena  todas  las  tierras  fértiles  con  piedras.
 Contemplemos  a  un  hombre o mujer una vez que la muerte haya obrado su voluntad en él: ¡en qué ruina se ha convertido! Cómo se torna en cenizas su belleza y su hermosura en corrupción. Ciertamente un enemigo ha hecho eso.  Contemplen, hermanos míos, el paso de la muerte a lo largo de todas las   edades   y   en   todas   las   tierras.   ¿Acaso   hay   algún   campo   desprovisto de una tumba? ¿Hay alguna ciudad sin su camposanto? ¿Adónde podríamos ir sin hallar un sepulcro? Así como la playa está cubierta con las excavaciones de los cangrejos, así estás tú, oh tierra, cubierta  con  esos  montículos  cubiertos  de  hierba  bajo  los  cuales  duermen  generaciones  de  hombres  que  han  partido.  ¡Y  tú,  oh  mar,  tú  mismo  no  te  has  quedado  sin  tus  muertos!  Es  como  si  la  tierra  estuviese  saturada  de  cadáveres  y  se  empujaran  unos  a  otros  en  sus  atestados  sepulcros  para  llegar  hasta  tus  cavernas,  oh  poderoso  océano,  adonde  son  arrojados  los  cuerpos  de  los  muertos.  ¡Tus  olas  se  han  contaminado  con  los  cadáveres  de  seres  humanos  y  en  tus  profundidades yacen los huesos de los muertos! Nuestro enemigo, la muerte,  ha  marchado,  por  decirlo  así,  con  espada  y  con  fuego  asolando a la raza humana. Ni los godos, ni los hunos, ni los tártaros habrían podido matar tan universalmente a todo lo que respira, pues la muerte no ha permitido que nadie escape. Ha marchitado la dicha hogareña  por  doquier  y  ha  generado  aflicción  y  lamentos;  en  todas  las tierras a las que calienta el sol, ha cegado con llanto los ojos de los seres humanos.
 Las lágrimas de los deudos, el lamento de la viuda y el gemido del huérfano han sido el canto de guerra de la muerte que ha encontrado en todo eso un himno de victoria.  Los   más   grandes  conquistadores   han   sido   simplemente   unos   verdugos de la muerte, unos carniceros ambulantes que trabajan en sus degolladeros. La guerra no es otra cosa que la muerte celebrando un  carnaval  y  devorando  a  su  presa  un  poco  más  aprisa  de  lo  que  suele hacerlo.  La  muerte  ha  realizado  la  obra  de  un  enemigo  para  quienes  nos  hemos escapado hasta ahora de sus flechas. Quienes recientemente han  estado  alrededor  de  una  tumba  recién  abierta  y  han  sepultado  allí la mitad de sus corazones, pueden decirles qué clase de enemigo es la muerte. Arrebata al amigo de nuestro lado y al hijo de nuestro pecho y no le importa nuestro llanto. Ha caído quien fuera el sostén de la casa; ha sido arrebatada la  que  fuera  el  brillo  del  hogar.  El  pequeñito  es  arrancado  del  pecho  de  su  madre  aunque  su  pérdida  casi  le  rompa  las  fibras  de  su  corazón;  y  la  juventud  floreciente  es  quitada   del   lado   de   su   padre   sin   importar   que   las   más   caras   esperanzas  sean  aplastadas  por  ese  medio.
 La  muerte  no  tiene  ninguna  piedad  por  los  jóvenes  y  ninguna  clemencia  para  con  los  ancianos; no tiene ninguna consideración para los buenos ni para los gallardos.  Su  guadaña  troncha  dulces  flores  y  hierbas  nocivas  con  igual  diligencia.  Viene  a  nuestro  jardín  y  pisotea  nuestros  lirios  y  desperdiga   nuestras   rosas   sobre   el   suelo;   sí,   y   aun   a   las   más  modestas  flores  plantadas  en  algún  rincón  que  ocultan  su  belleza  debajo de las hojas para poder sonrojarse sin ser vistas, la muerte las espía aun a ellas y menospreciando su fragancia, las marchita con su hirviente  aliento.  La  muerte  es  ciertamente  tu  enemigo,  huérfano  niño   que   fuiste  señalado   para   ser   golpeado   por   la   despiadada   tormenta  de  un  mundo  cruel  sin  que  nadie  te  proteja.
 La  muerte  es  tu enemigo, oh viuda, pues la luz de tu vida ha partido, y el deseo de tus  ojos  ha  sido  arrebatado  con  un  golpe.  La  muerte  es  tu  enemigo,  esposo,  pues  tu  casa  está  desolada  y  tus  pequeños  hijos  claman  por  la madre que la muerte les ha robado.  La  muerte  es  un  enemigo  de  todos  nosotros,  ¿pues  qué  jefe  de  familia  entre  nosotros  no  ha  tenido  que  decirle:  “¡Tú  me  has  hecho  guardar  luto  una  y  otra  vez!?”  La  muerte  es  especialmente  un  enemigo  para  los  vivos  cuando  invade la casa de Dios y hace que el profeta  y  el  sacerdote  sean  contados  con  los  muertos.  La  iglesia  deplora  cuando  sus  ministros  más  útiles  son  derribados,  cuando  el  ojo que vigila se queda a oscuras y la lengua que instruye enmudece.
 Sin   embargo,   ¡cuán   a   menudo   combate   así   la   muerte   contra   nosotros!  Los  varones y mujeres  esforzados,  activos, infatigables  son  llevados.  Los  que  son  más  vigorosos  en  la  oración,  los  más  afectuosos  de  corazón,  los  seres  más  ejemplares  en  la  vida,  todos  ellos  son  cortados  en  medio  de  sus  labores  y  dejan  tras  de  sí  una iglesia que los necesita más de lo que pudiera decirse. Con sólo que  el  Señor  amenace  con  permitir  que  la  muerte  se  apodere  de  un  amado siervo, las almas de Su pueblo se llenan de aflicción y ven a la muerte como su peor enemigo mientras interceden ante el Señor y le suplican que deje vivir a su ministro.  Incluso quienes   han  muerto   pueden muy   bien   considerar   a   la   muerte  como  su  enemigo.  No  me  refiero  a  esa  hora  en  que  han  subido  a  sus  asientos  y  que  como  espíritus  incorpóreos  contemplan  al Rey en Su hermosura, sino a la etapa previa, cuando la muerte se estaba aproximando a ellos. La muerte parecía ser un enemigo para su carne trémula, pues no está en nuestra naturaleza, excepto en los momentos de extremo dolor o de perturbación mental o de excesiva expectación de la gloria, que nos sintamos a gusto con la muerte.
 Fue sabio  de  parte  de  nuestro  Creador  que  nos  constituyera  de  tal  manera que el alma ame al cuerpo y que el cuerpo ame al alma y que ambos  deseen  morar  juntos  en  tanto  que  se  pueda,  pues  de  otra  manera no habría habido ningún interés por la autopreservación y el suicidio habría destruido a la raza.  “¿Quién querría sufrir del tiempo el escarnio y el azote, Del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, Cuando él mismo podría labrarse su propia muerte Con una daga desnuda? Es una ley básica de nuestra naturaleza que "piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida (Job2:4), y así somos alentados a luchar por la  existencia  y  a  evitar  aquello  que  nos  destruiría.  Este  benéfico  instinto convierte a la muerte en un enemigo, pero también ayuda a evitar  ese  crimen  de  crímenes  que  es  la  más  segura  condenación  si  alguien lo comete voluntariamente y en su sano juicio: me refiero al crimen del suicidio.
 Cuando la muerte le llega incluso al hombre bueno, le llega como un enemigo, pues viene acompañada de terribles heraldos y de escoltas sombríos que nos atemorizan grandemente.  “De una fiebre que hace arder la frente; De palidez de la tisis, de parálisis, de una vida a medias extinguida, de un reuma que siempre roe, de convulsiones violentas; De inflamación por hidropesía, de asma jadeante, de apoplejía Plenamente transido”. Nada de eso agrega una partícula de belleza al aspecto de la muerte. Viene con dolores y aflicciones; viene con suspiros y lágrimas. Nubes y  oscuridad  la  circundan;  una  atmósfera  cargada  de  polvo  oprime  a  aquellos  a  quienes  se  aproxima  y  un  gélido  viento  los  congela  hasta  la  médula.  La  muerte  monta  un  caballo  amarillo,  y  allí  donde  su  corcel pone el casco la tierra se convierte en desierto. Las pisadas de ese  terrible  trotón  despiertan  al  gusano  que  roe  a  los  muertos.  Cuando olvidamos otras grandes verdades y únicamente recordamos estas  cosas  espantosas,  la  muerte  es  el  rey  de  los  terrores  para  nosotros. Los corazones se enferman y se desbocan por su culpa.  Pero ciertamente es un enemigo, pues ¿qué le hace a nuestro cuerpo cuando  viene?  Yo  sé  que  le  hace  lo  que  finalmente  le  conduce  a  su  perfeccionamiento,  pero  con  todo,  es  algo  que  en  sí  mismo  y  por  el  momento  no  es  gozoso  sino  atroz.  Viene  para  suprimir  la  luz  de  los  ojos, la audición de los oídos, el habla de la lengua, la actividad de la mano  y  el  pensamiento  del  cerebro.  Viene  para  transformar  a  un  hombre vivo en una masa de putrefacción, para degradar a la amada figura  del  hermano  y  del  amigo  a  una  condición  tal  de  corrupción  que  el  afecto  mismo  da  voces  diciendo:  “Sepulten  a  mi  muerto  delante   de   mí” (Gen.23:8). 
 Muerte,   progenie   del   pecado,   Cristo   te   ha   transformado   maravillosamente,   pero en ti mismo tú eres un enemigo ante quien la carne y la sangre tiemblan pues saben que tú eres  el  asesino  de  todos  los  nacidos  de  mujer  cuya  sed  de  presas  humanas la sangre de las naciones no puede saciar.  Si  piensan  por  unos  instantes  en  este  enemigo,  observarán  algunos  de los rasgos de su carácter. Es el enemigo común de todo el pueblo de  Dios,  y  el  enemigo  de  todos  los  hombres,  pues  a  pesar  de  que  algunos han sido persuadidos de que no van a morir, en esta guerra no  hay  licencias;  y  si  en  esta  conscripción  un  hombre  escapa  al  reclutamiento  durante  muchos  y  muchos  años  hasta  que  su  barba  gris  pareciera  desafiar  la  más  dura  helada  invernal,  con  todo  es  preciso  que  el  hombre  de  hierro  se  rinda  por  fin.
 Está  establecido  para los hombres que mueran una sola vez (Heb.9:27). El hombre más fuerte no tiene  ningún  elixir  de  vida  eterna  con  el  que  pueda  renovar  su  juventud en medio de la putrefacción de la época; tampoco tiene un precio   el   príncipe   más   rico   con   el   cual   pueda  sobornar   a   la   destrucción.  A  la  tumba  has  de  descender,  oh  coronado  monarca,  pues los cetros y las palas se parecen. Al sepulcro has de bajar, varón esforzado  y  valiente,  pues  la  espada  y  la  azada  son  de  un  metal  semejante (Is.2:4).  El  príncipe  es  hermano  del  gusano,  y  ha  de  morar  en  la  misma casa. De toda nuestra raza es cierto lo siguiente: “Polvo eres, y en polvo te convertirás”.  La muerte es también un enemigo sutil, que acecha en todas partes, aun  en  las  cosas  más  inofensivas.  ¿Quién  podría  saber  dónde  ha  preparado  sus  emboscadas  la  muerte?  Se  encuentra  con  nosotros  tanto  dentro  como  fuera  de  casa;  estando  a  la  mesa  asedia  a  los  hombres  en  sus  alimentos,  y  en  la  fuente  envenena  su  bebida.  Nos  aborda  en  las  calles,  y  nos  prende  sobre  nuestros  lechos;  en  el  mar  cabalga   sobre   la   tormenta,   y   anda   con   nosotros   cuando   nos   movemos sobre tierra firme. ¿Adónde podríamos volar para escapar de  ti,  oh  muerte?,  pues  desde  las  cumbres  de  los  Alpes  los  hombres  han  caído  a  sus  tumbas,  y  en  los  lugares  profundos  de  la  tierra  adonde baja el minero para encontrar el valioso mineral, allí has sacrificado  tú  muchas  hecatombes  de  vidas  preciosas.  La  muerte  es  un enemigo sutil y con silenciosos pasos nos pisa los talones cuando menos pensamos en él.  Es un enemigo que nadie podrá evadir, sean cuales fueren los atajos que  tomemos,  ni  podremos  escapar  de  él  cuando  llegue  nuestra  hora.  En  los  lazos  de  este  cazador,  cual  aves,  todos  caeremos;  en  su  gran red  barredera  caerán  todos  los  peces  del  grande  océano  de  la  vida  cuando  haya  llegado  su  día.
 Con  la  misma  seguridad  que  se  pone el sol y las estrellas de medianoche se ocultan al fin detrás del horizonte y se hunden otra vez las olas en el mar y estalla la burbuja, así  todos  nosotros  llegaremos  tarde  o  temprano  a  nuestro  fin,  y  desapareceremos  de  la  tierra  para  no  ser  conocidos  más  entre  los  vivos.  Súbitos también,   con   suma   frecuencia,   son   los   asaltos   de  este   enemigo.  “Las hojas caen a su tiempo, Y las flores se marchitan con el aliento del viento del invierno, Y las estrellas desaparecen a su hora, pero, a la muerte le pertenecen todas las estaciones”. Ocurre  a  veces  que  los  hombres  se  mueren  sin  ningún  aviso  previo;  se  han  muerto  con  un  salmo  en  la  boca,  o  entregados  a  su  oficio  cotidiano  han  sido  convocados  a  rendir  cuentas.  Nos  enteramos  de  alguien que, cuando el periódico matutino le trajo noticias de que un colega  de  negocios  había  muerto,  mientras  estaba  poniéndose  sus  botas para ir a su lugar de trabajo observaba riéndose que él mismo estaba tan ocupado que no tenía tiempo para morirse. Sin embargo, antes  de  que  concluyera  con  sus  palabras  cayó  de  bruces  y  era  cadáver.  Las  muertes  súbitas  no  son  tan  inusuales  como  para  ser  sorpresas si nos desenvolvemos en el centro de un amplio círculo de la humanidad. (Seleccionado y adaptado del Sermon 1329 de C.H.Spurgeon para ser presentado el 17/12/1876).
 Entonces la muerte no es un enemigo que haya de ser despreciado o subestimado. Recordemos  todas sus características y lazos y entonces no estaremos inclinados a menospreciar a este sombrío enemigo a quien nuestro glorioso Redentor Jesucristo ha vencido y ante El la muerte ha tenido que obedecer con aquel "talita cumi" con aquel "Joven, a ti te digo: Levantate" con aquel "Lazaro, ven fuera" y con muchos otros mas que fueron primicias de la Resurrección del Salvador, Si hermano, los lazos de la muerte han sido debilitados en su poder a causa de la Ley del sabio que es manantial de Vida. Amen y amen.-


  


PLAN DE LECTURA BÍBLICA ANUAL


Capítulo 29 

Pacto de Jehová con Israel en Moab  

Deut.29:1 Estas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.  
Deut.29:2 Moisés, pues, llamó a todo Israel, y les dijo: Vosotros habéis visto todo lo que Jehová ha hecho delante de vuestros ojos en la tierra de Egipto a Faraón y a todos sus siervos, y a toda su tierra, 
Deut.29:3 las grandes pruebas que vieron vuestros ojos, las señales y las grandes maravillas.  
Deut.29:4 Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.  
Deut.29:5 Y yo os he traído cuarenta años en el desierto; vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie.  
Deut.29:6 No habéis comido pan, ni bebisteis vino ni sidra; para que supierais que yo soy Jehová vuestro Dios.  
Deut.29:7 Y llegasteis a este lugar, y salieron Sehón rey de Hesbón y Og rey de Basán delante de nosotros para pelear, y los derrotamos;  
Deut.29:8 y tomamos su tierra, y la dimos por heredad a Rubén y a Gad y a la media tribu de Manasés. 
Deut.29:9 Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en todo lo que hiciereis.  
Deut.29:10 Vosotros todos estáis hoy en presencia de Jehová vuestro Dios; los cabezas de vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los varones de Israel;  
Deut.29:11 vuestros niños, vuestras mujeres, y tus extranjeros que habitan en medio de tu campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca tu agua;  
Deut.29:12 para que entres en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que Jehová tu Dios concierta hoy contigo,  
Deut.29:13 para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.  
Deut.29:14 Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento,  
Deut.29:15 sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros.  
Deut.29:16 Porque vosotros sabéis cómo habitamos en la tierra de Egipto, y cómo hemos pasado por en medio de las naciones por las cuales habéis pasado; 
Deut.29:17 y habéis visto sus abominaciones y sus ídolos de madera y piedra, de plata y oro, que tienen consigo.  
Deut.29:18 No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo,  
Deut.29:19 y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed.  
Deut.29:20 No querrá Jehová perdonarlo, sino que entonces humeará la ira de Jehová y su celo sobre el tal hombre, y se asentará sobre él toda maldición escrita en este libro, y Jehová borrará su nombre de debajo del cielo;  
Deut.29:21 y lo apartará Jehová de todas las tribus de Israel para mal, conforme a todas las maldiciones del pacto escrito en este libro de la ley.  
Deut.29:22 Y dirán las generaciones venideras, vuestros hijos que se levanten después de vosotros, y el extranjero que vendrá de lejanas tierras, cuando vieren las plagas de aquella tierra, y sus enfermedades de que Jehová la habrá hecho enfermar  
Deut.29:23 (azufre y sal, abrasada toda su tierra; no será sembrada, ni producirá, ni crecerá en ella hierba alguna, como sucedió en la destrucción de Sodoma y de Gomorra, de Adma y de Zeboim, las cuales Jehová destruyó en su furor y en su ira);  
Deut.29:24 más aún, todas las naciones dirán: ¿Por qué hizo esto Jehová a esta tierra? ¿Qué significa el ardor de esta gran ira?  
Deut.29:25 Y responderán: Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres, que él concertó con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto,  
Deut.29:26 y fueron y sirvieron a dioses ajenos, y se inclinaron a ellos, dioses que no conocían, y que ninguna cosa les habían dado.  
Deut.29:27 Por tanto, se encendió la ira de Jehová contra esta tierra, para traer sobre ella todas las maldiciones escritas en este libro;  
Deut.29:28 y Jehová los desarraigó de su tierra con ira, con furor y con grande indignación, y los arrojó a otra tierra, como hoy se ve.  
Deut.29:29 Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley. 
Capítulo 30

Condiciones para la restauración y la bendición  

Deut.30:1 Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios,  
Deut.30:2 y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma,  
Deut.30:3 entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios.  
Deut.30:4 Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará;  
Deut.30:5 y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres.  
Deut.30:6 Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.  
Deut.30:7 Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos, y sobre tus aborrecedores que te persiguieron.  
Deut.30:8 Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por obra todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy.  
Deut.30:9 Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres,  
Deut.30:10 cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.  
Deut.30:11 Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos.  
Deut.30:12 No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos?  
Deut.30:13 Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos?  
Deut.30:14 Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas. 
Deut.30:15 Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;  
Deut.30:16 porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.  
Deut.30:17 Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres,  
Deut.30:18 yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.  
Deut.30:19 A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;  
Deut.30:20 amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.  

Capítulo 31

Josué es instalado como sucesor de Moisés  

Deut.31:1 Fue Moisés y habló estas palabras a todo Israel,  
Deut.31:2 y les dijo: Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán.  
Deut.31:3 Jehová tu Dios, él pasa delante de ti; él destruirá a estas naciones delante de ti, y las heredarás; Josué será el que pasará delante de ti, como Jehová ha dicho.  
Deut.31:4 Y hará Jehová con ellos como hizo con Sehón y con Og, reyes de los amorreos, y con su tierra, a quienes destruyó. 
Deut.31:5 Y los entregará Jehová delante de vosotros, y haréis con ellos conforme a todo lo que os he mandado.  
Deut.31:6 Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.  
Deut.31:7 Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar.  
Deut.31:8 Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.  
Deut.31:9 Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel. 
Deut.31:10 Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos, 
Deut.31:11 cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos.  
Deut.31:12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley;  
Deut.31:13 y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella.  
Deut.31:14 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí se ha acercado el día de tu muerte; llama a Josué, y esperad en el tabernáculo de reunión para que yo le dé el cargo. Fueron, pues, Moisés y Josué, y esperaron en el tabernáculo de reunión.  
Deut.31:15 Y se apareció Jehová en el tabernáculo, en la columna de nube; y la columna de nube se puso sobre la puerta del tabernáculo.  
Deut.31:16 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él;  
Deut.31:17 y se encenderá mi furor contra él en aquel día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos males porque no está mi Dios en medio de mí?  
Deut.31:18 Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos.  
Deut.31:19 Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel.  
Deut.31:20 Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto.  
Deut.31:21 Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo, pues será recordado por la boca de sus descendientes; porque yo conozco lo que se proponen de antemano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles.  
Deut.31:22 Y Moisés escribió este cántico aquel día, y lo enseñó a los hijos de Israel.  
Deut.31:23 Y dio orden a Josué hijo de Nun, y dijo: Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.  

Orden de guardar la ley junto al arca  

Deut.31:24 Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse,  
Deut.31:25 dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo:  
Deut.31:26 Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti.  
Deut.31:27 Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto?  
Deut.31:28 Congregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra.  
Deut.31:29 Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos. 



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