Jn.10:28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Seguridad
El creyente tiene que ser siempre un creyente; que, habiendo comenzado en esa confianza, tiene que continuar en esa confianza. La alternativa sería que regresara a la perdición, en cuyo caso perecería como un incrédulo, y entonces la inferencia sería que la fe que parecía tener era una ficción y que la confianza de la que parecía disfrutar era una burbuja, y que realmente no creyó nunca para salvación de su alma.
Este es un argumento válido basado en la operación del Espíritu de Dios para la transformación de las almas y no sería de ninguna manera una condición dependiente del buen comportamiento de los individuos. La única vía por la que un alma es salvada es porque esa alma permanece en Cristo; si no permaneciera en Cristo, sería descartada como un pámpano y se secaría.
Pero, por otra parte, sabemos que quienes están injertados en Cristo permanecerán en Cristo, permanecerán en obediencia, NUNCA permanecerán en pecado pues el que es nacido de Dios no puede pecar.
La doctrina que puede malinterpretarse de SALVO SIEMPRE SALVO es para los que viven en SANTIDAD, si todavía pueden volver como el cerdo al cieno es porque nunca pertenecieron al rebaño de las ovejas, estuvieron con las ovejas, fueron abrevados con las ovejas, pero no pertenecieron al rebaño de las ovejas, sino que siempre anhelaron el hato de cerdos. -
Razonamos a la manera del apóstol Pablo quien, después que hubo hablado del peligro en que algunos se encontraban consistente en que habiendo comenzado bien, terminaran mal; después de ser iluminados y de gustar de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, recayeran, Pablo agrega: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así”.
A pesar de haber sido ya debatida esta cuestión, pudiera ser provechoso si enunciamos brevemente -no a manera de controversia, sino simplemente en interés de la instrucción- la doctrina de la seguridad del creyente en Cristo, la certeza de la perseverancia del creyente hasta el fin y la seguridad de su ingreso en el eterno reposo. Se me viene a la mente de inmediato este texto: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Las tres cláusulas de esta oración representan para nosotros tres seguridades llenas de gracia. He aquí un don divino: “Yo les doy vida eterna”; una promesa divina que es amplia y de largo alcance: “no perecerán jamás”; y un asidero divino: “ni nadie las arrebatará de mi mano”.
Entonces, observemos EL DON DIVINO: “Yo les doy vida eterna”. La vida eterna viene a todo el que la recibe en calidad de un don. El ser humano no la poseía cuando entró por primera vez en el mundo. Nació del primer Adán, y nació para morir. No la extrajo de sí mismo ni provocó su desarrollo en su interior mediante algunos procesos misteriosos. No es un cultivo de casa, ni es un producto del suelo de la humanidad: es un DON. Tampoco es otorgada la vida eterna como una recompensa por servicios prestados. No podría ser, pues es un pre-requisito previo a la realización del servicio.
El término “DON” excluye toda idea de deuda. Si es por un don, o por gracia, no es por deuda o por recompensa. Siempre que la vida eterna es implantada en el alma de alguna persona, eso se realiza como un don gratuito del Señor Jesucristo; no como algo merecido, sino como algo otorgado a personas indignas. Por esto no vemos ninguna razón por la que deba serle revocada a la persona que la ha recibido.
Pues, supongamos que hubiera ciertos motivos de descalificación en la persona que ha participado del don; con todo, esas descalificaciones no podrían operar para impedir que disfrute de la bendición, como tampoco pudieron impedir que la recibiera inicialmente, aun si hubiesen sido tomadas en cuenta. El don no le llega a la persona por causa de algún merecimiento propio, sino que le llega como una dádiva. No hay ninguna razón por la que una vez que cobra existencia no deba continuar, ni hay razón por la que el uso del tiempo presente de verbo dar, tal como lo tenemos aquí, no deba describir siempre un hecho presente.
“Yo les doy” –continúo dándoles- “vida eterna”. Ese hecho no puede verse afectado por una indignidad descubierta posteriormente, porque Dios conoce lo por venir desde el principio. Cuando Él otorgó la vida eterna a la persona que la posee, conocía muy bien cada imperfección y cada falla que habrían de presentarse en esa persona. Esos deméritos, si hubieran constituido en absoluto razones, habrían sido un motivo para no otorgarla, antes que para darla y quitarla de nuevo. Pero es inconsistente con los dones de Dios que sean anulados alguna vez. Tenemos establecido como una regla del reino, la cual no puede ser violada, que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. Él no rescinde por capricho aquello que ha conferido por Su propia buena voluntad. No va acorde con la naturaleza real del Señor, nuestro Dios, otorgar un don de la gracia en un alma, para luego, posteriormente, retirarlo; levantar a un hombre de su natural degradación y colocarlo entre los príncipes, dotándolo de una vida eterna, para luego derribarlo de su excelso estado y privarlo de todos los beneficios infinitos que le ha conferido.
El propio lenguaje que estamos usando es lo suficientemente contradictorio por sí solo para refutar esa sugerencia. Dar la vida eterna es dar una vida más allá de las contingencias de esta vida presente de esta existencia mortal. “Por siempre” es un sello estampado en la carta de privilegio. Quitarlo no sería consistente con la regia liberalidad del Rey de reyes aun si fuese posible que tal cosa pudiera suceder.
“Yo les doy vida eterna”. Si Él da, entonces da con la soberanía y la generosidad de un rey; da permanentemente, con una posesión permanente. Él da de tal manera que no revocará la concesión. Él da y les pertenece: será de ellos mediante una garantía divina de derechos por los siglos de los siglos. Podemos inferir la absoluta seguridad del creyente, no sólo del hecho de que esta vida es un don absoluto, y que, por tanto, no será retirada, sino también de la naturaleza del don, que es: vida eterna. “Yo les doy vida eterna”. “Sí”, -dice alguien- “pero se pierde”. Entonces no pueden haber tenido una vida eterna. Es una contradicción en los términos decir que un hombre tiene vida eterna pero que, no obstante, perece. ¿Puede sobrevenirle la muerte a lo inmortal, o puede afectar el cambio a lo inmutable, o puede corroer la corrupción a lo imperecedero? ¿Cómo puede ser eterna la vida si llega a un fin? ¿Cómo puede ser posible que uno tenga vida eterna y, con todo, que muera de pronto, o que se desplome tal como falla la débil naturaleza en todas sus funciones? ¡No!, la eternidad no debe ser medida por semanas o meses o años. Cuando Cristo dice eterna, Él quiere decir eterna, y si he recibido el don de la vida eterna, no es posible que yo peque de tal manera que pierda esa vida espiritual por algún medio de algún tipo. “Es vida eterna”.
Podemos esperar razonablemente que el creyente persevere hasta el fin porque la vida que Dios ha implantado en su interior es de tal naturaleza que tiene que continuar existiendo, tiene que vencer todas las dificultades, tiene que madurar, tiene que perfeccionarse, tiene que echar fuera de sí al pecado y tiene que llevarlo a la gloria eterna. Cuando Cristo habló con la mujer samaritana junto al pozo, dijo: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Esto no podría significar un trago pasajero que calmaría la sed durante una hora o dos, sino que tiene que implicar una participación tal que cambie la constitución real de un ser humano y su destino, y que se convierta en él en un manantial inextinguible. La vida que Dios implanta en los creyentes por la regeneración no es como la vida que ahora poseemos por la generación. Esta vida mortal pasa. Está ligada a la carne, y toda carne es como hierba: se marchita. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. No así la nueva vida que es nacida del Espíritu y es espíritu, pues el espíritu no es susceptible de ser destruido: continuará y perdurará por todos los siglos.
La vida eterna en el interior de todo hombre que la posee es engendrada en él “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” mismo. Gracias sean dadas al Padre pues es por Él que nosotros hemos “renacido para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.
Rastreando esta vida implantada hasta su origen, se dice de nosotros: “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Es una simiente santa. No puede pecar, pues es nacida de Dios. Somos hechos partícipes de la naturaleza divina, y la nueva vida en nuestro interior es una vida divina. Es la vida de Dios en el interior del alma del hombre. Nos convertimos en los que hemos nacido dos veces, con una vida que no puede morir como tampoco puede hacerlo la vida de Dios mismo, pues es, de hecho, una chispa que proviene de ese gran sol central; es un nuevo pozo en el alma que extrae sus suministros de la profundidad subterránea, de la inextinguible fuente de la plenitud de Dios.
Esta es, entonces, una segunda razón para creer en la seguridad y en la perseverancia final del creyente. El creyente tiene un don de Cristo, y Cristo no le quitará Su don; él tiene una vida que es en sí misma inmortal y eterna.
Pero, adicionalmente, esta vida en el interior del cristiano que es un don de Cristo, está siempre vinculada a Cristo. Nosotros vivimos porque somos uno con Cristo; así como el pámpano succiona su savia de la vid, así también nosotros seguimos obteniendo la sangre de nuestra vida, las provisiones de nuestra vida, de Cristo mismo. La unión entre el creyente y Cristo es vital y ofrece una seguridad en sumo grado. Pues, ¿qué dice nuestro Señor respecto a ella? “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. No es una relación que pueda ser disuelta o un vínculo que pueda ser cortado, sino que es una necesidad en la que no puede intervenir ningún accidente; es una ley fija del ser: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”.
Que la unión entre Cristo y Su pueblo es indisoluble parece obvio partiendo de las figuras que son utilizadas para ilustrarla. Denotan de una manera tan contundente que no puede haber ninguna separación, que muy bien podemos decir: “¿Quién nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro?” ¿Acaso no estamos desposados con Cristo? ¿Qué metáfora podría ser más expresiva? Para calcular su valor tienes que tomar la descripción divina de la relación. Pues, aunque las bodas son secularizadas por nuestras Actas del Parlamento y los lazos nupciales son considerados como contratos civiles, Dios ha declarado que el varón y la mujer constituyen una sola carne; sí, a los ojos del cielo, aquel que se une a una ramera es un solo cuerpo con ella. Entonces, si en el matrimonio ordinario el divorcio es posible, y, ay, es demasiado común, cuando acudes a la Escritura encuentras que está escrito que Él odia el repudio. Él ha dicho: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia... y en fidelidad, y conocerás a Jehová”. El matrimonio entre Cristo y nuestras almas no puede ser disuelto nunca. Sería una blasfemia suponer que Cristo pedirá el divorcio, o suponer que se pueda proclamar que Él repudió a quien eligió desde la antigüedad, el mismo para quien preparó el grandioso festín de bodas y para cuya eterna bienaventuranza preparó un lugar en la gloria. No, no podemos imaginar unos esponsales que conduzcan a una separación. Además, ¿acaso no somos miembros de Su cuerpo? ¿Acaso Cristo será desmembrado? ¿Perderá Él, cada vez y cuando, un miembro por aquí y otro miembro por allá? ¿Puedes suponer que Cristo está mutilado? Me cuesta pensar y mucho menos expresar el pensamiento de que podría faltar aquí o allá un ojo, o un pie, o un oído para completar la perfección de Su persona mística. ¡No!, eso no sucederá. Los miembros del cuerpo de Cristo serán vivificados tan vitalmente por el corazón y por Él mismo que es la cabeza, que seguirán viviendo, porque Él vive.
Cuando un hombre se mete en el agua, la corriente pudiera tener naturalmente poder para ahogarlo, pero mientras su cabeza permanezca sobre el agua, no es posible que la corriente ahogue sus pies o sus manos; y ya que Cristo, la cabeza, no puede morir ni puede ser destruido, ni todas las aguas que aneguen a los miembros de Su cuerpo los destruirán, no pueden destruirlos. Además, la vida del creyente es sustentada constantemente por la presencia del Espíritu Santo en su interior. Es un hecho, bajo la dispensación del Evangelio, que el Espíritu Santo no sólo está con los creyentes, sino que está en los creyentes. Él mora en ellos y los convierte en Su templo. La vida, tal como la hemos mostrado es única, inmortal; es inmortal porque está unida con un Cristo inmortal, pero es también inmortal porque es sustentada por un Espíritu Divino que no puede ser vencido, que tiene poder para enfrentar todo el mal que falsos y perversos espíritus intentan generar para nuestra destrucción, y Quien día con día agrega un renovado combustible a la llama eterna de la vida del creyente en su interior. Si no fuese por la permanencia del Espíritu en nosotros, podríamos estar sujetos a alguna duda, pero en tanto que Él continúe permaneciendo en nuestro interior por siempre, no temeremos. (Seleccionado y adaptado del Sermon 1056 C.H Spurgeon del 7-3-1872 Traducido por Allan Norman)
Este es un argumento válido basado en la operación del Espíritu de Dios para la transformación de las almas y no sería de ninguna manera una condición dependiente del buen comportamiento de los individuos. La única vía por la que un alma es salvada es porque esa alma permanece en Cristo; si no permaneciera en Cristo, sería descartada como un pámpano y se secaría.
Pero, por otra parte, sabemos que quienes están injertados en Cristo permanecerán en Cristo, permanecerán en obediencia, NUNCA permanecerán en pecado pues el que es nacido de Dios no puede pecar.
La doctrina que puede malinterpretarse de SALVO SIEMPRE SALVO es para los que viven en SANTIDAD, si todavía pueden volver como el cerdo al cieno es porque nunca pertenecieron al rebaño de las ovejas, estuvieron con las ovejas, fueron abrevados con las ovejas, pero no pertenecieron al rebaño de las ovejas, sino que siempre anhelaron el hato de cerdos. -
Razonamos a la manera del apóstol Pablo quien, después que hubo hablado del peligro en que algunos se encontraban consistente en que habiendo comenzado bien, terminaran mal; después de ser iluminados y de gustar de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, recayeran, Pablo agrega: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así”.
A pesar de haber sido ya debatida esta cuestión, pudiera ser provechoso si enunciamos brevemente -no a manera de controversia, sino simplemente en interés de la instrucción- la doctrina de la seguridad del creyente en Cristo, la certeza de la perseverancia del creyente hasta el fin y la seguridad de su ingreso en el eterno reposo. Se me viene a la mente de inmediato este texto: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Las tres cláusulas de esta oración representan para nosotros tres seguridades llenas de gracia. He aquí un don divino: “Yo les doy vida eterna”; una promesa divina que es amplia y de largo alcance: “no perecerán jamás”; y un asidero divino: “ni nadie las arrebatará de mi mano”.
Entonces, observemos EL DON DIVINO: “Yo les doy vida eterna”. La vida eterna viene a todo el que la recibe en calidad de un don. El ser humano no la poseía cuando entró por primera vez en el mundo. Nació del primer Adán, y nació para morir. No la extrajo de sí mismo ni provocó su desarrollo en su interior mediante algunos procesos misteriosos. No es un cultivo de casa, ni es un producto del suelo de la humanidad: es un DON. Tampoco es otorgada la vida eterna como una recompensa por servicios prestados. No podría ser, pues es un pre-requisito previo a la realización del servicio.
El término “DON” excluye toda idea de deuda. Si es por un don, o por gracia, no es por deuda o por recompensa. Siempre que la vida eterna es implantada en el alma de alguna persona, eso se realiza como un don gratuito del Señor Jesucristo; no como algo merecido, sino como algo otorgado a personas indignas. Por esto no vemos ninguna razón por la que deba serle revocada a la persona que la ha recibido.
Pues, supongamos que hubiera ciertos motivos de descalificación en la persona que ha participado del don; con todo, esas descalificaciones no podrían operar para impedir que disfrute de la bendición, como tampoco pudieron impedir que la recibiera inicialmente, aun si hubiesen sido tomadas en cuenta. El don no le llega a la persona por causa de algún merecimiento propio, sino que le llega como una dádiva. No hay ninguna razón por la que una vez que cobra existencia no deba continuar, ni hay razón por la que el uso del tiempo presente de verbo dar, tal como lo tenemos aquí, no deba describir siempre un hecho presente.
“Yo les doy” –continúo dándoles- “vida eterna”. Ese hecho no puede verse afectado por una indignidad descubierta posteriormente, porque Dios conoce lo por venir desde el principio. Cuando Él otorgó la vida eterna a la persona que la posee, conocía muy bien cada imperfección y cada falla que habrían de presentarse en esa persona. Esos deméritos, si hubieran constituido en absoluto razones, habrían sido un motivo para no otorgarla, antes que para darla y quitarla de nuevo. Pero es inconsistente con los dones de Dios que sean anulados alguna vez. Tenemos establecido como una regla del reino, la cual no puede ser violada, que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. Él no rescinde por capricho aquello que ha conferido por Su propia buena voluntad. No va acorde con la naturaleza real del Señor, nuestro Dios, otorgar un don de la gracia en un alma, para luego, posteriormente, retirarlo; levantar a un hombre de su natural degradación y colocarlo entre los príncipes, dotándolo de una vida eterna, para luego derribarlo de su excelso estado y privarlo de todos los beneficios infinitos que le ha conferido.
El propio lenguaje que estamos usando es lo suficientemente contradictorio por sí solo para refutar esa sugerencia. Dar la vida eterna es dar una vida más allá de las contingencias de esta vida presente de esta existencia mortal. “Por siempre” es un sello estampado en la carta de privilegio. Quitarlo no sería consistente con la regia liberalidad del Rey de reyes aun si fuese posible que tal cosa pudiera suceder.
“Yo les doy vida eterna”. Si Él da, entonces da con la soberanía y la generosidad de un rey; da permanentemente, con una posesión permanente. Él da de tal manera que no revocará la concesión. Él da y les pertenece: será de ellos mediante una garantía divina de derechos por los siglos de los siglos. Podemos inferir la absoluta seguridad del creyente, no sólo del hecho de que esta vida es un don absoluto, y que, por tanto, no será retirada, sino también de la naturaleza del don, que es: vida eterna. “Yo les doy vida eterna”. “Sí”, -dice alguien- “pero se pierde”. Entonces no pueden haber tenido una vida eterna. Es una contradicción en los términos decir que un hombre tiene vida eterna pero que, no obstante, perece. ¿Puede sobrevenirle la muerte a lo inmortal, o puede afectar el cambio a lo inmutable, o puede corroer la corrupción a lo imperecedero? ¿Cómo puede ser eterna la vida si llega a un fin? ¿Cómo puede ser posible que uno tenga vida eterna y, con todo, que muera de pronto, o que se desplome tal como falla la débil naturaleza en todas sus funciones? ¡No!, la eternidad no debe ser medida por semanas o meses o años. Cuando Cristo dice eterna, Él quiere decir eterna, y si he recibido el don de la vida eterna, no es posible que yo peque de tal manera que pierda esa vida espiritual por algún medio de algún tipo. “Es vida eterna”.
Podemos esperar razonablemente que el creyente persevere hasta el fin porque la vida que Dios ha implantado en su interior es de tal naturaleza que tiene que continuar existiendo, tiene que vencer todas las dificultades, tiene que madurar, tiene que perfeccionarse, tiene que echar fuera de sí al pecado y tiene que llevarlo a la gloria eterna. Cuando Cristo habló con la mujer samaritana junto al pozo, dijo: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Esto no podría significar un trago pasajero que calmaría la sed durante una hora o dos, sino que tiene que implicar una participación tal que cambie la constitución real de un ser humano y su destino, y que se convierta en él en un manantial inextinguible. La vida que Dios implanta en los creyentes por la regeneración no es como la vida que ahora poseemos por la generación. Esta vida mortal pasa. Está ligada a la carne, y toda carne es como hierba: se marchita. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. No así la nueva vida que es nacida del Espíritu y es espíritu, pues el espíritu no es susceptible de ser destruido: continuará y perdurará por todos los siglos.
La vida eterna en el interior de todo hombre que la posee es engendrada en él “no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” mismo. Gracias sean dadas al Padre pues es por Él que nosotros hemos “renacido para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.
Rastreando esta vida implantada hasta su origen, se dice de nosotros: “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Es una simiente santa. No puede pecar, pues es nacida de Dios. Somos hechos partícipes de la naturaleza divina, y la nueva vida en nuestro interior es una vida divina. Es la vida de Dios en el interior del alma del hombre. Nos convertimos en los que hemos nacido dos veces, con una vida que no puede morir como tampoco puede hacerlo la vida de Dios mismo, pues es, de hecho, una chispa que proviene de ese gran sol central; es un nuevo pozo en el alma que extrae sus suministros de la profundidad subterránea, de la inextinguible fuente de la plenitud de Dios.
Esta es, entonces, una segunda razón para creer en la seguridad y en la perseverancia final del creyente. El creyente tiene un don de Cristo, y Cristo no le quitará Su don; él tiene una vida que es en sí misma inmortal y eterna.
Pero, adicionalmente, esta vida en el interior del cristiano que es un don de Cristo, está siempre vinculada a Cristo. Nosotros vivimos porque somos uno con Cristo; así como el pámpano succiona su savia de la vid, así también nosotros seguimos obteniendo la sangre de nuestra vida, las provisiones de nuestra vida, de Cristo mismo. La unión entre el creyente y Cristo es vital y ofrece una seguridad en sumo grado. Pues, ¿qué dice nuestro Señor respecto a ella? “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. No es una relación que pueda ser disuelta o un vínculo que pueda ser cortado, sino que es una necesidad en la que no puede intervenir ningún accidente; es una ley fija del ser: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”.
Que la unión entre Cristo y Su pueblo es indisoluble parece obvio partiendo de las figuras que son utilizadas para ilustrarla. Denotan de una manera tan contundente que no puede haber ninguna separación, que muy bien podemos decir: “¿Quién nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro?” ¿Acaso no estamos desposados con Cristo? ¿Qué metáfora podría ser más expresiva? Para calcular su valor tienes que tomar la descripción divina de la relación. Pues, aunque las bodas son secularizadas por nuestras Actas del Parlamento y los lazos nupciales son considerados como contratos civiles, Dios ha declarado que el varón y la mujer constituyen una sola carne; sí, a los ojos del cielo, aquel que se une a una ramera es un solo cuerpo con ella. Entonces, si en el matrimonio ordinario el divorcio es posible, y, ay, es demasiado común, cuando acudes a la Escritura encuentras que está escrito que Él odia el repudio. Él ha dicho: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia... y en fidelidad, y conocerás a Jehová”. El matrimonio entre Cristo y nuestras almas no puede ser disuelto nunca. Sería una blasfemia suponer que Cristo pedirá el divorcio, o suponer que se pueda proclamar que Él repudió a quien eligió desde la antigüedad, el mismo para quien preparó el grandioso festín de bodas y para cuya eterna bienaventuranza preparó un lugar en la gloria. No, no podemos imaginar unos esponsales que conduzcan a una separación. Además, ¿acaso no somos miembros de Su cuerpo? ¿Acaso Cristo será desmembrado? ¿Perderá Él, cada vez y cuando, un miembro por aquí y otro miembro por allá? ¿Puedes suponer que Cristo está mutilado? Me cuesta pensar y mucho menos expresar el pensamiento de que podría faltar aquí o allá un ojo, o un pie, o un oído para completar la perfección de Su persona mística. ¡No!, eso no sucederá. Los miembros del cuerpo de Cristo serán vivificados tan vitalmente por el corazón y por Él mismo que es la cabeza, que seguirán viviendo, porque Él vive.
Cuando un hombre se mete en el agua, la corriente pudiera tener naturalmente poder para ahogarlo, pero mientras su cabeza permanezca sobre el agua, no es posible que la corriente ahogue sus pies o sus manos; y ya que Cristo, la cabeza, no puede morir ni puede ser destruido, ni todas las aguas que aneguen a los miembros de Su cuerpo los destruirán, no pueden destruirlos. Además, la vida del creyente es sustentada constantemente por la presencia del Espíritu Santo en su interior. Es un hecho, bajo la dispensación del Evangelio, que el Espíritu Santo no sólo está con los creyentes, sino que está en los creyentes. Él mora en ellos y los convierte en Su templo. La vida, tal como la hemos mostrado es única, inmortal; es inmortal porque está unida con un Cristo inmortal, pero es también inmortal porque es sustentada por un Espíritu Divino que no puede ser vencido, que tiene poder para enfrentar todo el mal que falsos y perversos espíritus intentan generar para nuestra destrucción, y Quien día con día agrega un renovado combustible a la llama eterna de la vida del creyente en su interior. Si no fuese por la permanencia del Espíritu en nosotros, podríamos estar sujetos a alguna duda, pero en tanto que Él continúe permaneciendo en nuestro interior por siempre, no temeremos. (Seleccionado y adaptado del Sermon 1056 C.H Spurgeon del 7-3-1872 Traducido por Allan Norman)
PLAN DE LECTURA BÍBLICA ANUAL
Capítulo 14
Lev.14:1 Y habló Jehová a Moisés, diciendo:
Lev.14:2 Esta será la ley para el leproso cuando se limpiare: Será traído al sacerdote,
Lev.14:3 y éste saldrá fuera del campamento y lo examinará; y si ve que está sana la plaga de la lepra del leproso,
Lev.14:4 el sacerdote mandará luego que se tomen para el que se purifica dos avecillas vivas, limpias, y madera de cedro, grana e hisopo.
Lev.14:5 Y mandará el sacerdote matar una avecilla en un vaso de barro sobre aguas corrientes.
Lev.14:6 Después tomará la avecilla viva, el cedro, la grana y el hisopo, y los mojará con la avecilla viva en la sangre de la avecilla muerta sobre las aguas corrientes;
Lev.14:7 y rociará siete veces sobre el que se purifica de la lepra, y le declarará limpio; y soltará la avecilla viva en el campo.
Lev.14:8 Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo, y se lavará con agua, y será limpio; y después entrará en el campamento, y morará fuera de su tienda siete días.
Lev.14:9 Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba y las cejas de sus ojos y todo su pelo, y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio.
Lev.14:10 El día octavo tomará dos corderos sin defecto, y una cordera de un año sin tacha, y tres décimas de efa de flor de harina para ofrenda amasada con aceite, y un log de aceite.
Lev.14:11 Y el sacerdote que le purifica presentará delante de Jehová al que se ha de limpiar, con aquellas cosas, a la puerta del tabernáculo de reunión;
Lev.14:12 y tomará el sacerdote un cordero y lo ofrecerá por la culpa, con el log de aceite, y lo mecerá como ofrenda mecida delante de Jehová.
Lev.14:13 Y degollará el cordero en el lugar donde se degüella el sacrificio por el pecado y el holocausto, en el lugar del santuario; porque como la víctima por el pecado, así también la víctima por la culpa es del sacerdote; es cosa muy sagrada.
Lev.14:14 Y el sacerdote tomará de la sangre de la víctima por la culpa, y la pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho.
Lev.14:15 Asimismo el sacerdote tomará del log de aceite, y lo echará sobre la palma de su mano izquierda,
Lev.14:16 y mojará su dedo derecho en el aceite que tiene en su mano izquierda, y esparcirá del aceite con su dedo siete veces delante de Jehová.
Lev.14:17 Y de lo que quedare del aceite que tiene en su mano, pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, encima de la sangre del sacrificio por la culpa.
Lev.14:18 Y lo que quedare del aceite que tiene en su mano, lo pondrá sobre la cabeza del que se purifica; y hará el sacerdote expiación por él delante de Jehová.
Lev.14:19 Ofrecerá luego el sacerdote el sacrificio por el pecado, y hará expiación por el que se ha de purificar de su inmundicia; y después degollará el holocausto,
Lev.14:20 y hará subir el sacerdote el holocausto y la ofrenda sobre el altar. Así hará el sacerdote expiación por él, y será limpio.
Lev.14:21 Mas si fuere pobre, y no tuviere para tanto, entonces tomará un cordero para ser ofrecido como ofrenda mecida por la culpa, para reconciliarse, y una décima de efa de flor de harina amasada con aceite para ofrenda, y un log de aceite,
Lev.14:22 y dos tórtolas o dos palominos, según pueda; uno será para expiación por el pecado, y el otro para holocausto.
Lev.14:23 Al octavo día de su purificación traerá estas cosas al sacerdote, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová.
Lev.14:24 Y el sacerdote tomará el cordero de la expiación por la culpa, y el log de aceite, y los mecerá el sacerdote como ofrenda mecida delante de Jehová.
Lev.14:25 Luego degollará el cordero de la culpa, y el sacerdote tomará de la sangre de la culpa, y la pondrá sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho.
Lev.14:26 Y el sacerdote echará del aceite sobre la palma de su mano izquierda;
Lev.14:27 y con su dedo derecho el sacerdote rociará del aceite que tiene en su mano izquierda, siete veces delante de Jehová.
Lev.14:28 También el sacerdote pondrá del aceite que tiene en su mano sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, en el lugar de la sangre de la culpa.
Lev.14:29 Y lo que sobre del aceite que el sacerdote tiene en su mano, lo pondrá sobre la cabeza del que se purifica, para reconciliarlo delante de Jehová.
Lev.14:30 Asimismo ofrecerá una de las tórtolas o uno de los palominos, según pueda.
Lev.14:31 Uno en sacrificio de expiación por el pecado, y el otro en holocausto, además de la ofrenda; y hará el sacerdote expiación por el que se ha de purificar, delante de Jehová.
Lev.14:32 Esta es la ley para el que hubiere tenido plaga de lepra, y no tuviere más para su purificación.
Lev.14:33 Habló también Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo:
Lev.14:34 Cuando hayáis entrado en la tierra de Canaán, la cual yo os doy en posesión, si pusiere yo plaga de lepra en alguna casa de la tierra de vuestra posesión,
Lev.14:35 vendrá aquel de quien fuere la casa y dará aviso al sacerdote, diciendo: Algo como plaga ha aparecido en mi casa.
Lev.14:36 Entonces el sacerdote mandará desocupar la casa antes que entre a mirar la plaga, para que no sea contaminado todo lo que estuviere en la casa; y después el sacerdote entrará a examinarla.
Lev.14:37 Y examinará la plaga; y si se vieren manchas en las paredes de la casa, manchas verdosas o rojizas, las cuales parecieren más profundas que la superficie de la pared,
Lev.14:38 el sacerdote saldrá de la casa a la puerta de ella, y cerrará la casa por siete días.
Lev.14:39 Y al séptimo día volverá el sacerdote, y la examinará; y si la plaga se hubiere extendido en las paredes de la casa,
Lev.14:40 entonces mandará el sacerdote, y arrancarán las piedras en que estuviere la plaga, y las echarán fuera de la ciudad en lugar inmundo.
Lev.14:41 Y hará raspar la casa por dentro alrededor, y derramarán fuera de la ciudad, en lugar inmundo, el barro que rasparen.
Lev.14:42 Y tomarán otras piedras y las pondrán en lugar de las piedras quitadas; y tomarán otro barro y recubrirán la casa.
Lev.14:43 Y si la plaga volviere a brotar en aquella casa, después que hizo arrancar las piedras y raspar la casa, y después que fue recubierta,
Lev.14:44 entonces el sacerdote entrará y la examinará; y si pareciere haberse extendido la plaga en la casa, es lepra maligna en la casa; inmunda es.
Lev.14:45 Derribará, por tanto, la tal casa, sus piedras, sus maderos y toda la mezcla de la casa; y sacarán todo fuera de la ciudad a lugar inmundo.
Lev.14:46 Y cualquiera que entrare en aquella casa durante los días en que la mandó cerrar, será inmundo hasta la noche.
Lev.14:47 Y el que durmiere en aquella casa, lavará sus vestidos; también el que comiere en la casa lavará sus vestidos.
Lev.14:48 Mas si entrare el sacerdote y la examinare, y viere que la plaga no se ha extendido en la casa después que fue recubierta, el sacerdote declarará limpia la casa, porque la plaga ha desaparecido.
Lev.14:49 Entonces tomará para limpiar la casa dos avecillas, y madera de cedro, grana e hisopo;
Lev.14:50 y degollará una avecilla en una vasija de barro sobre aguas corrientes.
Lev.14:51 Y tomará el cedro, el hisopo, la grana y la avecilla viva, y los mojará en la sangre de la avecilla muerta y en las aguas corrientes, y rociará la casa siete veces.
Lev.14:52 Y purificará la casa con la sangre de la avecilla, con las aguas corrientes, con la avecilla viva, la madera de cedro, el hisopo y la grana.
Lev.14:53 Luego soltará la avecilla viva fuera de la ciudad sobre la faz del campo. Así hará expiación por la casa, y será limpia.
Lev.14:54 Esta es la ley acerca de toda plaga de lepra y de tiña,
Lev.14:55 y de la lepra del vestido, y de la casa,
Lev.14:56 y acerca de la hinchazón, y de la erupción, y de la mancha blanca,
Lev.14:57 para enseñar cuándo es inmundo, y cuándo limpio. Esta es la ley tocante a la lepra.
Capítulo 15
Impurezas físicas
Lev.15:1 Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo:
Lev.15:2 Hablad a los hijos de Israel y decidles: Cualquier varón, cuando tuviere flujo de semen, será inmundo.
Lev.15:3 Y esta será su inmundicia en su flujo: sea que su cuerpo destiló a causa de su flujo, o que deje de destilar a causa de su flujo, él será inmundo.
Lev.15:4 Toda cama en que se acostare el que tuviere flujo, será inmunda; y toda cosa sobre que se sentare, inmunda será.
Lev.15:5 Y cualquiera que tocare su cama lavará sus vestidos; se lavará también a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:6 Y el que se sentare sobre aquello en que se hubiere sentado el que tiene flujo, lavará sus vestidos, se lavará también a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:7 Asimismo el que tocare el cuerpo del que tiene flujo, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:8 Y si el que tiene flujo escupiere sobre el limpio, éste lavará sus vestidos, y después de haberse lavado con agua, será inmundo hasta la noche.
Lev.15:9 Y toda montura sobre que cabalgare el que tuviere flujo será inmunda.
Lev.15:10 Cualquiera que tocare cualquiera cosa que haya estado debajo de él, será inmundo hasta la noche; y el que la llevare, lavará sus vestidos, y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la noche.
Lev.15:11 Y todo aquel a quien tocare el que tiene flujo, y no lavare con agua sus manos, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:12 La vasija de barro que tocare el que tiene flujo será quebrada, y toda vasija de madera será lavada con agua.
Lev.15:13 Cuando se hubiere limpiado de su flujo el que tiene flujo, contará siete días desde su purificación, y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en aguas corrientes, y será limpio.
Lev.15:14 Y el octavo día tomará dos tórtolas o dos palominos, y vendrá delante de Jehová a la puerta del tabernáculo de reunión, y los dará al sacerdote;
Lev.15:15 y el sacerdote hará del uno ofrenda por el pecado, y del otro holocausto; y el sacerdote le purificará de su flujo delante de Jehová.
Lev.15:16 Cuando el hombre tuviere emisión de semen, lavará en agua todo su cuerpo, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:17 Y toda vestidura, o toda piel sobre la cual cayere la emisión del semen, se lavará con agua, y será inmunda hasta la noche.
Lev.15:18 Y cuando un hombre yaciere con una mujer y tuviere emisión de semen, ambos se lavarán con agua, y serán inmundos hasta la noche.
Lev.15:19 Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche.
Lev.15:20 Todo aquello sobre que ella se acostare mientras estuviere separada, será inmundo; también todo aquello sobre que se sentare será inmundo.
Lev.15:21 Y cualquiera que tocare su cama, lavará sus vestidos, y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la noche.
Lev.15:22 También cualquiera que tocare cualquier mueble sobre que ella se hubiere sentado, lavará sus vestidos; se lavará luego a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:23 Y lo que estuviere sobre la cama, o sobre la silla en que ella se hubiere sentado, el que lo tocare será inmundo hasta la noche.
Lev.15:24 Si alguno durmiere con ella, y su menstruo fuere sobre él, será inmundo por siete días; y toda cama sobre que durmiere, será inmunda.
Lev.15:25 Y la mujer, cuando siguiere el flujo de su sangre por muchos días fuera del tiempo de su costumbre, o cuando tuviere flujo de sangre más de su costumbre, todo el tiempo de su flujo será inmunda como en los días de su costumbre.
Lev.15:26 Toda cama en que durmiere todo el tiempo de su flujo, le será como la cama de su costumbre; y todo mueble sobre que se sentare, será inmundo, como la impureza de su costumbre.
Lev.15:27 Cualquiera que tocare esas cosas será inmundo; y lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la noche.
Lev.15:28 Y cuando fuere libre de su flujo, contará siete días, y después será limpia.
Lev.15:29 Y el octavo día tomará consigo dos tórtolas o dos palominos, y los traerá al sacerdote, a la puerta del tabernáculo de reunión;
Lev.15:30 y el sacerdote hará del uno ofrenda por el pecado, y del otro holocausto; y la purificará el sacerdote delante de Jehová del flujo de su impureza.
Lev.15:31 Así apartaréis de sus impurezas a los hijos de Israel, a fin de que no mueran por sus impurezas por haber contaminado mi tabernáculo que está entre ellos.
Lev.15:32 Esta es la ley para el que tiene flujo, y para el que tiene emisión de semen, viniendo a ser inmundo a causa de ello;
Lev.15:33 y para la que padece su costumbre, y para el que tuviere flujo, sea varón o mujer, y para el hombre que durmiere con mujer inmunda.
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