Jn.3:16-(a) Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito...
DIOS AL MUNDO
Hoy tenemos que hablar acerca del amor de Dios: "de tal manera amó Dios al mundo." Ese amor de Dios es una cosa muy maravillosa, especialmente cuando lo vemos volcado sobre un mundo perdido, arruinado, culpable. ¿Qué había en el mundo para que Dios lo amara de esa manera? No había nada amable en él. Ninguna flor fragante crecía en ese árido desierto. Enemistad en contra de Él, odio hacia Su verdad, desprecio hacia Su ley, rebelión en contra de Sus mandamientos; esas eran las espinas y zarzas que cubrían la tierra baldía; ninguna cosa deseable florecía allí.
Sin embargo, el texto nos dice que: "Dios amó al mundo." Lo amó "de tal manera" que aun el escritor del libro de Juan no podía decirnos cuánto; pero lo amó de una manera tan grande, tan divina, que dio a Su Hijo, Su único Hijo, para que redimiera al mundo de perecer, y para que juntara del mundo a un pueblo para Su alabanza.
¿De dónde vino ese amor? No de nada externo al propio Dios. El amor de Dios surge de Él mismo. Él ama porque es Su naturaleza el hacerlo. "Dios es amor." Tal como le he mencionado, nada sobre la faz de la tierra pudo haber ameritado Su amor. Más bien había mucho que ameritaba Su desagrado. Esta corriente de amor fluye de su propia fuente secreta en la Deidad eterna, y no le debe nada a ninguna lluvia procedente de la tierra, ni a ningún riachuelo; brota de debajo del trono eterno, y se abastece de las fuentes del infinito. Dios amó porque Él quiso amar. Cuando nos preguntamos por qué Dios amó a este hombre o a ese, tenemos que regresar a la respuesta de nuestro Salvador a esa pregunta: "Sí, Padre, porque así te agradó."
Dios tiene tal amor en Su naturaleza que necesita dejarlo fluir hacia un mundo que está pereciendo a causa de su propio pecado voluntario; y cuando fluyó era tan profundo, tan ancho, tan fuerte, que ni siquiera la inspiración podía calcular su medida, y por lo tanto el Espíritu Santo nos dio esas grandiosas palabras DE TAL MANERA, dejando que nosotros intentemos medirlo, conforme vamos percibiendo más y más ese amor divino.
Ahora, hubo una ocasión en la que el grandioso Dios quiso manifestar Su amor sin medida. El mundo tristemente se había extraviado, el mundo se había perdido a sí mismo; el mundo fue juzgado y condenado; el mundo fue entregado a perecer, por causa de sus ofensas; y tenía una necesidad de ayuda. La caída de Adán y la destrucción de la humanidad abrieron un amplio espacio así como suficiente margen para el amor todopoderoso. En medio de las ruinas de la humanidad había espacio para mostrar cuánto amaba Jehová a los hijos de los hombres; pues el alcance de Su amor abarcaba al mundo, el objeto de ese amor era precisamente rescatar a los hombres para que no descendieran al hoyo, y el resultado de ese amor fue encontrar un rescate para ellos.
El propósito profundo de ese amor era tanto negativo como positivo; era que, creyendo en Jesús, los hombres no perecieran, sino que alcanzaran la vida eterna. La desesperada enfermedad del hombre fue el motivo de la introducción de ese remedio divino que únicamente Dios pudo haber planeado y haber suministrado. Por medio del plan de misericordia, y el grandioso don que se requería para llevar a cabo ese plan, el Señor encontró el medio para manifestar su amor sin límites hacia los hombres culpables.
Si no hubiera habido ninguna caída, y ninguna muerte, Dios habría podido mostrar Su amor hacia nosotros de la manera que lo hace con los espíritus puros y perfectos que rodean Su trono; pero jamás hubiera podido mostrar Su amor hacia nosotros de tal manera como lo hace ahora. En la dádiva de Su unigénito Hijo, Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, en el momento debido Cristo murió por los impíos.
El negro fondo del pecado hace resaltar mucho más claramente el fulgor de la línea del amor. Cuando el relámpago escribe con dedos de fuego el nombre del Señor a lo ancho del oscuro rostro de la tempestad, nos vemos forzados a verlo; así también cuando el amor inscribe la cruz sobre las negras tablas de nuestro pecado, aun ojos que no pueden ver están obligados a ver que "En esto consiste el amor." (Seleccionado del Sermon 1850 del año 1885 de C.H.Spurgeon Traducido por Allan Roman)
Hoy tenemos que hablar acerca del amor de Dios: "de tal manera amó Dios al mundo." Ese amor de Dios es una cosa muy maravillosa, especialmente cuando lo vemos volcado sobre un mundo perdido, arruinado, culpable. ¿Qué había en el mundo para que Dios lo amara de esa manera? No había nada amable en él. Ninguna flor fragante crecía en ese árido desierto. Enemistad en contra de Él, odio hacia Su verdad, desprecio hacia Su ley, rebelión en contra de Sus mandamientos; esas eran las espinas y zarzas que cubrían la tierra baldía; ninguna cosa deseable florecía allí.
Sin embargo, el texto nos dice que: "Dios amó al mundo." Lo amó "de tal manera" que aun el escritor del libro de Juan no podía decirnos cuánto; pero lo amó de una manera tan grande, tan divina, que dio a Su Hijo, Su único Hijo, para que redimiera al mundo de perecer, y para que juntara del mundo a un pueblo para Su alabanza.
¿De dónde vino ese amor? No de nada externo al propio Dios. El amor de Dios surge de Él mismo. Él ama porque es Su naturaleza el hacerlo. "Dios es amor." Tal como le he mencionado, nada sobre la faz de la tierra pudo haber ameritado Su amor. Más bien había mucho que ameritaba Su desagrado. Esta corriente de amor fluye de su propia fuente secreta en la Deidad eterna, y no le debe nada a ninguna lluvia procedente de la tierra, ni a ningún riachuelo; brota de debajo del trono eterno, y se abastece de las fuentes del infinito. Dios amó porque Él quiso amar. Cuando nos preguntamos por qué Dios amó a este hombre o a ese, tenemos que regresar a la respuesta de nuestro Salvador a esa pregunta: "Sí, Padre, porque así te agradó."
Dios tiene tal amor en Su naturaleza que necesita dejarlo fluir hacia un mundo que está pereciendo a causa de su propio pecado voluntario; y cuando fluyó era tan profundo, tan ancho, tan fuerte, que ni siquiera la inspiración podía calcular su medida, y por lo tanto el Espíritu Santo nos dio esas grandiosas palabras DE TAL MANERA, dejando que nosotros intentemos medirlo, conforme vamos percibiendo más y más ese amor divino.
Ahora, hubo una ocasión en la que el grandioso Dios quiso manifestar Su amor sin medida. El mundo tristemente se había extraviado, el mundo se había perdido a sí mismo; el mundo fue juzgado y condenado; el mundo fue entregado a perecer, por causa de sus ofensas; y tenía una necesidad de ayuda. La caída de Adán y la destrucción de la humanidad abrieron un amplio espacio así como suficiente margen para el amor todopoderoso. En medio de las ruinas de la humanidad había espacio para mostrar cuánto amaba Jehová a los hijos de los hombres; pues el alcance de Su amor abarcaba al mundo, el objeto de ese amor era precisamente rescatar a los hombres para que no descendieran al hoyo, y el resultado de ese amor fue encontrar un rescate para ellos.
El propósito profundo de ese amor era tanto negativo como positivo; era que, creyendo en Jesús, los hombres no perecieran, sino que alcanzaran la vida eterna. La desesperada enfermedad del hombre fue el motivo de la introducción de ese remedio divino que únicamente Dios pudo haber planeado y haber suministrado. Por medio del plan de misericordia, y el grandioso don que se requería para llevar a cabo ese plan, el Señor encontró el medio para manifestar su amor sin límites hacia los hombres culpables.
Si no hubiera habido ninguna caída, y ninguna muerte, Dios habría podido mostrar Su amor hacia nosotros de la manera que lo hace con los espíritus puros y perfectos que rodean Su trono; pero jamás hubiera podido mostrar Su amor hacia nosotros de tal manera como lo hace ahora. En la dádiva de Su unigénito Hijo, Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, en el momento debido Cristo murió por los impíos.
El negro fondo del pecado hace resaltar mucho más claramente el fulgor de la línea del amor. Cuando el relámpago escribe con dedos de fuego el nombre del Señor a lo ancho del oscuro rostro de la tempestad, nos vemos forzados a verlo; así también cuando el amor inscribe la cruz sobre las negras tablas de nuestro pecado, aun ojos que no pueden ver están obligados a ver que "En esto consiste el amor." (Seleccionado del Sermon 1850 del año 1885 de C.H.Spurgeon Traducido por Allan Roman)
PLAN DE LECTURA BÍBLICA ANUAL
Capítulo 2
Amonestación contra la parcialidad
Sant.2:1 Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
Sant.2:2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,
Sant.2:3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
Sant.2:4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?
Sant.2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
Sant.2:6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?
Sant.2:7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
Sant.2:8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis;
Sant.2:9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.
Sant.2:10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.
Sant.2:11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley.
Sant.2:12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad.
Sant.2:13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
La fe sin obras es muerta
Sant.2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?
Sant.2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,
Sant.2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?
Sant.2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
Sant.2:18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.
Sant.2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.
Sant.2:20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
Sant.2:21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?
Sant.2:22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?
Sant.2:23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.
Sant.2:24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.
Sant.2:25 Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?
Sant.2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Capítulo 3
La lengua
Sant.3:1 Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.
Sant.3:2 Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
Sant.3:3 He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
Sant.3:4 Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
Sant.3:5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
Sant.3:6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
Sant.3:7 Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana;
Sant.3:8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
Sant.3:9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
Sant.3:10 De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
Sant.3:11 ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?
Sant.3:12 Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
La sabiduría de lo alto
Sant.3:13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
Sant.3:14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad;
Sant.3:15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
Sant.3:16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.
Sant.3:17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
Sant.3:18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.
Capítulo 4
La amistad con el mundo
Sant.4:1 ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?
Sant.4:2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.
Sant.4:3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.
Sant.4:4 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
Sant.4:5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?
Sant.4:6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
Sant.4:7 Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.
Sant.4:8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
Sant.4:9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.
Sant.4:10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Juzgando al hermano
Sant.4:11 Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.
Sant.4:12 Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?
No os gloriéis del día de mañana
Sant.4:13 ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos;
Sant.4:14 cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
Sant.4:15 En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.
Sant.4:16 Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala;
Sant.4:17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.
Capítulo 5
Contra los ricos opresores
Sant.5:1 ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
Sant.5:2 Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla.
Sant.5:3 Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.
Sant.5:4 He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.
Sant.5:5 Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza.
Sant.5:6 Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.
Sed pacientes y orad
Sant.5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.
Sant.5:8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.
Sant.5:9 Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.
Sant.5:10 Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Sant.5:11 He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.
Sant.5:12 Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación.
Sant.5:13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.
Sant.5:14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.
Sant.5:15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.
Sant.5:16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
Sant.5:17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
Sant.5:18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.
Sant.5:19 Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver,
Sant.5:20 sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.
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